Paperman

Tiene que significar algo que la sola publicación de una imagen me haya emocionado. El poder de Pixar es asombroso y, después de una década regalando obras maestras de la animación, imaginar la película que podrás ver dentro de unos meses ya es un regalo sugerente. ‘Paperman’ es el corto que precederá a ‘¡Rompe Ralph!’, el estreno de Disney para Navidad que se adentra en el apasionante mundo de los videojuegos clásicos.

Pero, como les digo, por mucho que me atraiga la idea de la épica de Donkey Kong, hoy quiero subrayar lo maravillado que estoy con el corto en cuestión. Se trata de una pieza romántica que unifica el dibujo a trazos de toda la vida con el modelado en 3D. No es algo nuevo, pero parece que es una hoja de ruta de las futuras intenciones de Pixar: recuperar la magia del Disney clásico para sumarle el espectáculo del Disney moderno.

Esta conexión emocional ha alcanzado un resultado fantástico sobre la pantalla, con un blanco y negro precioso. Desde la propia Disney han subrayado que el objetivo de ‘Paperman’ es “encontrar un camino en el que los dibujos no se pierdan en la imagen final”. El corto, por cierto, es una historia de amor en la que un tipo intenta conocer a una chica lanzando aviones de papel.

Me parece ilusionante mirar al futuro del cine de animación. Me parece emocionantísimo ver la evolución que han sufrido estas películas, desde los cantarines enanos de Blancanieves hasta el robot con emociones. La concepción del arte ha crecido de mano de la tecnología y de la sociedad. Basta con ver el corto de presentación de ‘Toy Story 3’, ‘Día y Noche’, menos de diez minutos cargados de genialidad. De hecho, ‘Día y Noche’ es el Tondo Doni (Miguel Ángel, busquen en sus libros de Arte o, en su defecto, en Internet) de la animación. La conjunción de lo viejo y lo nuevo, personajes dibujados con un trazo simple que contienen en su ser un mundo repleto de vida generado por ordenador.

Andrew Stanton, mis respetos

El estreno de John Carter me sentó peor que un café con sal. Peor, incluso, que la Judas Priest que nunca debí beber después de aquella noche toledana. Había puesto altas expectativas en el primer trabajo de imagen real de Andrew Stanton porque es, no me cabe duda, uno de los grandes escritores audiovisuales de nuestro tiempo. Lo curioso del asunto es que, incluso después de despotricar de la bochornosa aventura en Marte, me he descubierto, en más de una ocasión, defendiendo la película. Les cuento.

Me revienta la gente que se acerca con aires de superioridad y dice, “¿qué esperabas de esa película? Se veía de lejos que era una chorrada infantil”. Ese comentario me lo han hecho muchísimas personas de mi alrededor. Y me revienta. Me revienta porque cumple con la máxima siempre aplicable de que la ignorancia es muy atrevida. Es cierto que el resultado no ha sido el deseado. Pero si mañana se estrenara ‘John Carter 2’ iría a verla con la misma ilusión que puse en la primera. ¿Por qué? Por su director, el señor Stanton.

Analicemos el currículum de este creador: escritor de las tres Toy Story, Wall-e, Buscando a Nemo, Monstruos S.A. y Bichos; Director de Wall-e; Productor ejecutivo de Up, Ratatouille y Monstruos S.A. Pueden opinar lo que gusten, faltaría. Pero esta es una carta de presentación intachable.

Por eso, pese a John Carter, no puedo rebajar a Stanton a un nivel inferior en la pirámide de los depredadores audiovisuales. Para mí será el ‘Cars’ de Pixar: una película innecesaria, mal pensada y para olvidar. Una anécdota sin más. Y si tiene que rodar alguna cabeza, que sea la del genio empresario de Disney que decidió parar el rodaje que tenía pensado Stanton, obligándole a rellenar con diálogos lo que debió ser un alucine visual.

John Carter

Casi al final, uno de los protagonistas mira a John Carter con extrañeza, como pidiéndole explicaciones por lo que acaba de hacer. El héroe le dice “luego te lo explico”. Y esa es la mejor definición para ‘John Carter’, una película que podría haber sido genial de no ser porque se queda a medio camino de todo. Frustrante aventura que se hunde por culpa de un guion forjado por escenas inconexas, personajes sin chispa y un uso fatídico y minúsculo de la emoción. Dos horas angustiosas para todos los que esperábamos ‘el’ film fantástico del año y nos encontramos con un derroche de dinero mal hilvanado que se conforma con abusar de eternos y aburridos diálogos sobre lo valerosos que son sus héroes en vez de mostrárnoslos en acción. Un “luego te lo explico” en toda regla.

La idea es fácil: John Carter viaja a Marte desde un portal escondido en el viejo oeste americano y se ve envuelto en una guerra civil entre las razas que habitan el planeta rojo. Y aquí viene el primer problema: la película tarda muchísimo en empezar con un prólogo en la Tierra excesivo. En cuanto que pone sus pies en Marte, la cinta gana puntos pero los pierde en cuestión de segundos. Se cumplen los rumores que se extendieron hace meses de que Disney había cortado el grifo a Andrew Stanton (‘Wall-e’) en mitad del rodaje, obligándole a convertir en elipsis partes que, suponemos, hubieran enriquecido y cohesionado la cinta. La historia original de Edgar Rice Burroughs (que, por cierto, inspiró ‘La Guerra de las Galaxias’ de Lucas, entre otras muchas) queda desfasada y poco entonada.

Y lo peor es que, de haber dejado a Stanton trabajar, estoy seguro de que hubiera sido una gran película. Hay destellos. Escenas muy potentes, aisladas del resto del metraje, en las que es fácil reconocer la mano de uno de los escritores más talentosos de Pixar. Una lástima de la que solo puedo salvar, y con matrícula, tres elementos: el diseño, la magnífica banda sonora de un siempre acertado Michael Giacchino y el perro marciano. En serio, ese perro marciano con cara de Jabba el Hutt merece una película para él solo.

¿Conclusión? La franquicia de John Carter morirá en nacimiento, dejando un enorme agujero en las arcas de Disney.

Brave, la última ¿decepción? de Pixar

Pixar se merece mi respeto por su inconmensurable capacidad de emocionar. Repetí “calle Wallaby” una y otra vez para ayudar a Nemo a buscar su hogar. Miré a mis padres y a mis hermanos como héroes ‘Increíbles’. Soñé con un romance en el que decir tan poco, “Eva”, fuera decir tanto. Tiré de la cuerda de Woody para ilusionarme con una infancia que no se debe ignorar. Escuché, entre las nubes, al piano de Giacchino dibujar la vida que se enfunda en la vida de un hogar que vuela alto, arriba, Up.

Como les digo, se merecen que crea en ellos y en su trabajo. Merecen que olvide la presencia de ‘Cars’ en una filmografía casi perfecta y, por tanto, que mantenga la fe en su próxima película ‘Brave’. Pero, la verdad, es que es la primera vez en los últimos años que un trailer de Pixar me defrauda tanto. Es cierto que no deja de ser una promoción, sin más. Sin embargo, la falta, a priori, de originalidad, y el regustillo a “copia de otra película” no me gustan un pelo.

En la última década hemos sufrido la absurda lucha del cine de animación: ¿tú sacas animalitos en Madagascar? Yo monto un zoo en Nueva York; ¿Tú sacas el fin de la Edad del Hielo? Yo saco un dinosaurio aventurero. ¿Tú sacas Megamind? Yo ‘Mi villano favorito’… En fin, ya ven por dónde voy. El caso es que Pixar se había mantenido al margen de esta estúpida competencia temática. Hasta ahora. Ya que ‘Brave’ tiene demasiadas similitudes con esa inesperada joya que fue ‘Cómo entrenar a tu dragón’, de la que, por cierto, Dreamworks prepara segunda parte.

A ver, el trailer es correcto. Apunta a tener una estética fantástica muy cuidada. Pero el rollo de héroe incomprendido que lucha contra el ser legendario de turno en un ambiente de bárbaros vigoréxicos… Me suena demasiado. Sinceramente, espero equivocarme muchísimo y ver, una vez más, el arte de Pixar en pantalla. Por ahora, solo queda especular.

Steve Jobs: Hay un amigo en mí

“Si vives cada día como si fuera el último, algún día tendrás razón”. Ése es el gran problema de los profetas: que las palabras sean verdad. Puede que, después de todo, el producto que mejor vendió Steve Jobs no fuera su iPhone ni su iPod ni su iPad, sino que fuera él mismo. A lo largo de los años, el creador de Apple ha forjado una idea sobrehumana que combinaba talento, imaginación, creatividad y vocación. Una fórmula pasional que le convirtió en el hombre más rico del planeta, “algo que nunca me importó”. 

En los últimos tiempos, muchos quisieron ver a Jobs como el Tony Stark terrenal; el Walter Bishop de esta dimensión. Es obvio que son más que conscientes de los triunfos tecnológicos del tipo de la manzana. Pero, si no les importa, me gustaría subrayar un hecho que no debe ser menospreciado: Steve Jobs, hundido y expulsado de su propia compañía, se reinventó y fundó una de las fábricas de sueños más importantes de nuestra era: Pixar.

1995 parece tan lejano y, sin embargo, es historia viva. Aquel año escuchamos a William Wallace suplicar al espectador por un corazón libre, vimos a Bruce Willis perder la partida con 12 monos y a un Amenábar prometedor sentando sus tesis. Ý también conocimos a Woody, Buzz y el resto de los juguetes de Andy: la primera película de animación hecha completamente por ordenador, ‘Toy Story’.

Pixar fue una revolución: los dibujos animados dejaron de ser parcela infantil, tanto que, diez años más tarde, su impronta llegaría a los Oscars con nominaciones a mejor guion original. ‘Monstruos S.A.’, ‘Buscando a Nemo’, ‘Los Increíbles’, ‘Wall-E’, ‘Up’… Steve Jobs supo contar su historia. Qué duda cabe. Pero, por encima de sí mismo, supo sacar el máximo rendimiento del pixelizado mundo que le rodeaba.

“Vuestro tiempo es tan limitado que no debéis gastarlo viviendo la vida de otro. Creed en vosotros. Sed vuestro mejor amigo”. ¿Recuerdan la canción?