Spielberg y su fórmula

No he visto ‘War Horse’; quedan horas para ponerle remedio. Me gustaría compartir con ustedes las expectativas que guardo para la última de Spielberg. El director perdió mi confianza ciega tras Indiana Jones 4 y la chorrada de cristal. Todavía me pregunto por qué alguien querría estropear su legado con un sacadinero tan bobalicón. Pero sería necio e injusto no esperar con ciertas esperanzas un trabajo de el salvador de Ryan, el pirata de Garfio, el escriba de Schindler.

En los últimos meses se ha recriminado con intensidad la conocida ‘Fórmula Spielberg’. A saber: personajes con intenciones fácilmente visibles, niños y jóvenes aventureros, familias en busca de su lugar y un mensaje visceralmente humano. Por mi parte, no le veo la pega, la verdad. Está demostrado que cuando Spielberg es fiel a Spielberg consigue erizar el vello con facilidad. Y eso es, precisamente, lo que espero de ‘War Horse’.

Si hay un director que tenga una especial mano para tratar la relación del hombre con la bestia (un extraterrestre, un perro, un dinosaurio), ese es él. Estoy absolutamente convencido de que el pequeño Steven tuvo una amistad muy intensa con un perro que le dejó marcado de por vida. Eso explicaría su perfecto dibujo de las emociones. Se lo digo porque cada vez que veo una de las criaturas a las que Spielberg se ha empeñado en dar valores humanos, veo a mi perro. Y, si tienen perro, ya saben lo que eso implica: un pellizco estomacal.

Visualmente sí que no cabe duda: si mantiene el nivel del trailer, será espectacular. ¿No les parece alucinante el primer plano del ojo del caballo protagonista, la prometedora batalla, los campos que parecen sacados de una pintura impresionista?

El sueño de Super 8

La gran historia de Super 8 se encuentra detrás de las cámaras. Creo que nunca unos extras de un Blu-Ray o un DVD me habían emocionado tantísimo. Además de la película, la edición doméstica cuenta con un apartado de reportajes que, en total, duran dos horas. Y son dos horas preciosas. Un canto constante a la labor de los contadores de historias, al origen de la pasión y a un amor común que flota entre la auténtica pandilla de niños que se esconde detrás del cuerpo técnico de Super 8. J.J. Abrams, Larry Fong, Michael Giacchino, Bryan Burk y Steven Spielberg, los inesperados Goonies de Hollywood.

El primer capítulo de los extras, titulado ‘El sueño’, narra la intrahistoria que Abrams vive paralela al rodaje. Él mismo nos cuenta cómo, de pequeño, grabó unas películas en formato super 8 con su amigo Larry, gracias a las que terminarían trabajando para Spielberg. En aquellos años rodando pequeñas aventuras en el garaje y en el patio de su casa, forjó una vocación incorruptible por el cine, que es lo mismo que le pasa a los protagonista de la película. Junto a él, Larry, un nombre menos conocido pero que destaca en Hollywood como uno de los grandes directores de fotografía del momento.

En otro pueblo de otro estado, el pequeño Michael vivía una adolescencia similar a la de Abrams y Fong: rodando sus propias películas en super 8. Le gustaba tanto el trabajo del tándem Steven Spielberg-John Williams, que intentaba repetir grandes escenas de su obra. Por ejemplo, las bicicletas de ‘E.T’. “Si hubiéramos nacido en el mismo lugar, Abrams, Fong y yo hubiéramos sido de la misma pandilla. Somos tan… iguales”. Michael Giacchino es, ahora, uno de los compositores más valorados de Hollywood (mi favorito) del que todos coinciden en destacar lo mismo, su tremenda habilidad para narrar con la música, para crear un sonido que, nada más tararearlo, recrees la película.

Burk conoció a Abrams en la universidad y, juntos, empezaron los grandes proyectos que les han hecho famosos. Sumen la protección de Spielberg, siempre presente en su formación, y obtendrán el grupo más apasionante del Hollywood actual. Si tienen oportunidad, vean los extras de Super 8. Son una genialidad.

Acero Puro

Se conoce que estaba el bueno de Steven Spielberg en su casa, allá por 1994, cuando su amigo japonés Takeshi Me…Molo, Takeshi Memolo, apareció en su casa. Steven, para demostrar que era un hombre de su tiempo, sabedor de que los orientales aman los videojuegos, propuso a su invitado echar unas partiditas al ‘Rise of the Robots’, juego que muy pocos recordarán -era lamentable- en el que unas máquinas letales se daban guarrazos al viejo estilo ‘Street Fighter’. Después de varias horas delante de la pantalla, Memolo ganó una y otra vez a Spielberg. Y le dijo: “Los japoneses siempre seremos mejores que vosotros a esto”. Steven alzo su dedo amenazador, puso su banda sonora favorita de John Williams, y clamó al cielo: “¡Juro que no desistiré hasta demostrar que los americanos os podemos ganar en una lucha de robots!”

Así nació ‘Acero Puro’. Más o menos. Película protagonizada por un niño con aires de Justin Bieber en la que Hugh Jackman hace como que juega a la Wii -o al Kinect, si gustan- para vencer, cual Rocky sobre la lona, al más poderoso robot japonés jamás programado para la lucha, que no se llama Apolo, pero podría (si el final les sorprende lo más mínimo, vayan a hacerse una revisión médica, puede que no sean humanos). Notarán que se trata de una producción de Steven Spielberg porque hay un embrollo familiar de padres e hijos que se quieren pero no lo dicen. Así, de las dos horas que dura, sobra cosa de una hora y media; metraje insufrible y aburridísimo que exaspera al espectador potencial de la cinta que sólo quiere ver robots pegando leches. Vale que los últimos veinte minutos cumplen con lo esperable, pero el peaje que hay que pagar es abrumador.

Shawn Levy (‘Noche en el museo’) dirige este atropello con aires de Liga Pokemon que ha fracasado en taquilla por razones evidentes: falta de ritmo, de emoción, de originalidad y de sentido del espectáculo. Si es que, al final, hay que darle la razón al incomprendido Michael Bay, que como ya ha demostrado con sus Transformers, con estas películas hay que dejarse de historias y milongas varias: presume de robots y el resto -el dinero- vendrá solo.

Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio

¡Rayos y Centellas! ¡Por las barbas de Zeus que esta es la más grande aventura que un marino de agua dulce pueda ver en la pantalla del mismísimo Luthier! ¡Mil millones de truenos me partan si no peleé como un coloso, corrí como un fornido atleta y vibré cual tiburón hambriento en un redil de atunes! Brindaré, ¡hasta la última gota de este Whisky!, por la pericia de Tintín, el valor desaforado de Haddock y la inteligencia sobrehumana del bueno de Milú. Por ellos y por el ave fénix que resurge de sus cenizas, por las calaveras de cristal rotas y por los mutantes mamelucos que perdieron su fe en él, Steven Spielberg. Juro por esta embriaguez inocua, ¡por los mares del tiempo y las partituras de John Williams!, que los sueños de Hergé lloran de alegría.

‘Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio’ es una preciosidad. Una divertidísima película que deja las últimas intentonas de Indiana Jones y Jack Sparrow desparramadas por las tablas de popa. Todo empieza cuando el famoso periodista belga, Tintín (Jamie Bell), compra en un mercadillo una réplica a escala de un barco de época. El navío esconde un mensaje que le llevará, sin remedio, a seguir la senda del Capitán Haddock (Andy Serkis) y los oscuros secretos de Ivanovich Sakharine (Daniel Craig) en busca del tesoro de Rackham el Rojo.

La historia es una trepidante e imaginativa sucesión de escenas que no le dejará ir ni un solo segundo. El filme atrapa desde los inspirados títulos de crédito con una combinación perfecta de humor, acción, intriga y espectacularidad. Además, está la técnica: cada -puñetero- plano es una fotografía estudiada, perfectamente hilvanada con la anterior y la siguiente, con las que Spielberg luce un talento abrumador. Puro cine. La animación es excelsa, un ejercicio de modernidad por el que merece la pena esperar treinta años. Y luego está John Williams. Ése John Williams. Compositor soberano que reclama un reino que dejó olvidado tiempo atrás. Impecable.

Ciertos críticos belgas, franceses e ingleses acusaban a ‘Las aventuras de Tintín’ de ser un experimento sin alma que olvidaba las bondades del cómic que lo vio nacer. Pamplinas. Sinceramente, creo que es pura envidia. No se llaman Indiana, Henry y Tapón. Son Tintín, Haddock y Milú. Y son la clase de personas que al abrir el cofre del tesoro no se dejan cegar por el vil metal. Son esa clase de héroes que saca el sombrero y lo coloca sobre su cabeza, imaginando nuevas hazañas, con una única pregunta en el velamen: ¿Qué tal su sed de aventuras?

El Spielberg que viene

Su sola presencia es dinero. Su firma es éxito. Su talento, indiscutible. Y, aún así, es capaz de sorprendernos con títulos como ‘Indiana Jones y El Reino de la Calavera de Cristal’. Esa fue la última -triste, desalentadora, lamentable- película que dirigió el bueno de Steven. Desde entonces, su vuelta a la gran pantalla se espera como un ‘remake’ de sí mismo. Una prueba fehaciente del artista que concibió ‘E.T.’, ‘La lista de Schindler’ o ‘Hook’.

Spielberg llega al último trimestre del año con los deberes hechos. Con la seguridad del estudiante que se sabe el examen al dedillo, del que quiere la matrícula de honor. Dirige dos proyectos francamente atractivos: ‘Tintín y el secreto del Unicornio’ y ‘Caballo de Guerra’, ambas con un indiscutible aroma a Oscar.

Sus trailers, preciosos, nos invitan a mirar más allá. Las aventuras de Tintin parece la película de Indiana Jones que nunca vimos. De hecho, son más que evidentes los guiños al arqueólogo con escenas de acción que beben directamente del Arca Perdida, el Templo Maldito y La Última Cruzada.

El de ‘Caballo de Guerra’, inmenso, juega con una fotografía bélica y una épica narrativa que sigue los pasos de le memorable ‘Salvar al Soldado Ryan’. Además, John Williams compone la banda sonora, formando el equipo que tantas alegrías nos han dado en el pasado.

Tranquilos, no nos queda tanto: ‘Tintín’, 28 de octubre; ‘Caballo de Guerra’, 30 de diciembre. ¿Qué haría yo si fuera usted? Disfrutar de los trailers del Spielberg que viene y soñar con la posibilidad de que, tal vez, esta vez sí que sí.
 

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