Crepúsculo: Amanecer

Hemos tenido que esperar tres películas para que Bill Condon, al que a partir de ahora nos referiremos como Sir William, tomara las riendas de una saga que hacía aguas en el cine y la convirtiera en una de las películas del año y, probablemente, en el romance más emocionante de la década. El preciosismo narrativo de ‘Crepúsculo: Amanecer’ alcanza cotas de perfección en el diálogo no verbal de miradas, roces y silencios entre Edward y Bella, la pareja que representa el paradigma moderno del amor, la fe y la pureza del alma, que desata una pasión carnal y espiritual perfectamente descrita en una escena que, a buen seguro, se grabará a fuego en la memoria colectiva del arte.

‘Amanecer’ es la prueba empírica de que el público sabe lo que quiere y, por eso, la ha convertido en la cinta más taquillera del año. Una perfecta combinación de calidad y cantidad consagrada en el trío protagonista, actores jóvenes con una carrera prometedora que han dejado en un gris pasajero a otros que aspiraron al título de ‘representantes de una generación’. De hecho, el talento tan despampanante de su trabajo nos traslada a grandes joyas del cine clásico (‘Casablanca’, ‘La gata sobre el tejado de Zinc’, ‘El gran dictador’, ‘Sopa de Ganso’).

Robert Pattinson, el excelso protagonista, muestra un juego de emociones internas impropio para alguien de su edad, algo inaudito que sólo cabría aceptar en grandes como Clint Eastwood o Morgan Freeman. Kristen Stewart brilla toda virginal en su canto a la castidad y a los valores éticos medievales con una belleza arrebatadora. Y Taylor Lautner es, sin lugar a dudas, el nuevo héroe de acción. Nuestro héroe.

Que a nadie le extrañe que la prestigiosa productora ‘M & Erda´s’ se haya interesado en distribuir la película en Festivales Internacionales europeos, asiáticos y norafricanos. La gloriosa perfección alcanzada por Sir William, con un guion vacuo en ideas pero repleto de matices, desvela, entre líneas, uno de los grandes misterios de la humanidad: la eternidad del vampiro.

Inocentes palabras estas e inocentes los que las crean. Esto es lo que realmente quería escribir de ‘Amanecer’: “bazofia”. Pero como quedaba mucho blanco… aquí estamos.

 

 

Eclipse

“Eclipse es la mejor película de la saga Crepúsculo”. Esta afirmación la han podido leer en la campaña de marketing de la película de marras. Es absolutamente correcta. Visualicen la explicación: una cerda de cien kilos se da un atracón de bellotas. Come tantas que, cuando se está tragando la última, siente la imperiosa necesidad de expulsarlas por el orificio de Voldemort. Primero echa un mojón considerable. Luego un mojón despreciable. Y, por último, un mojón que tiene forma de pirámide, perfecto. Sí, es el mejor mojón de todos, pero no deja de ser un mojón. Dicho lo cual, hablemos de la cosa esta:

‘Eclipse’ vuelve a contar la historia de la mayor hija de fruta –me he contenido- de todos los tiempos: Bella Swan (Kristen Stewart). Y digo vuelve porque el guión empieza y termina en el mismo puñetero sitio en el que lo hizo ‘Crepúsculo’ y ‘Luna Nueva’. No pasa nasti de plasti. La estupenda Bella tiene a dos maromos comiendo de su mano: Edward (por) Cullen (Robert Pattinson) y Jacob Black (Taylor Lautner). Estos dos se llevan muy mal. Pero mal, requete mal. A ver, para que se hagan una idea, es como si Bella fuera la Alhambra y los otros dos, un granaíno y un sevillano. ¿Captan?

He de admitir que el principio me emocionó. Fueron setenta segundos que me hicieron temblar ante la posibilidad de haberme errado y, efectivamente, estar viendo una película decente. Se ve que el director, David Slade (‘Hard Candy’, ’30 días de oscuridad’), rodó algunas escenas salpicadas que duran, en total, cosa de diez minutos. Oigan, estupendas: acción, suspense, terror clásico. En serio, me gustaron. El problema es que, cuando se cansaba, dejaba al becario dirigir el resto de la película: diálogos cursis, eternos, vomitivos y altamente indigestos: “Te quiero como la trucha al trucho”, “y yo a ti te adoro, como la lora al loro”. Etcétera.

Pero al final, admito, he sabido encontrar el mensaje profundo de la película: Niñas, no se retoza con niños hasta que cumpláis con el sacramento del matrimonio. De hecho, creo que Stephenie Meyer escribió el cuento para enseñar a sus hijas que, por mucho que un hombre lobo fortote te diga que está ‘imprimado’ (término que se inventa para no decir ‘cachondo’), quédate con el frío y triste ricachón mayor que respete tu virginidad.

Esto es ‘Eclipse’. Francamente, un mojón. Eso sí, la gente de la sala, al terminar, aplaudió. Creo que esa era una de las señales de Nostradamus… Señores, nos vamos a pique.

Eclipse, preludio

Ayer por la mañana me levanté de mala leche. Tenía varias razones: la fiesta de España se alargó debajo de mi balcón y los gritos y alabanzas a La Roja se alargaron más de lo previsto. Eso y los contenedores tirados al suelo, los golpes a las persianas de las tiendas, las llamadas al timbre y demás perlas extrafutbolísticas que merecerían una reflexión. En segundo lugar, están haciendo obra en el edificio de enfrente y, los obreros, en pleno derecho de su jornada continua, comenzaron a darle matraca al martillo hidráulico, al taladro y a la madre que los parió a las siete y media de la mañana. Acomplejando por completo al despertador del móvil, cuyo trabajo quedó silenciado y ninguneado. Más tarde descubrí que no quedaban cereales. Odio cuando no hay cereales. Me gusta desayunar cereales. Y, sin cereales, no desayuno. Lo que provocó que, a media mañana, tuviera más hambre que un diabético en una recepción de Isabel Preysler -por los Ferrero Rocher, ya saben-. Al mediodía, al sacar el sandwich de su envoltorio se me cayó al suelo, justo encima del rincón más sucio del planeta, lo que me dejó sin posibilidad de aplicar la regla de los cinco segundos (si no pasa ese tiempo, no ha podido estropearse). Aún así, no me enfadé tanto como cuando vi al autobús alejarse a paso de tortuga sin hacer caso de mis desquiciados alaridos de niña llorica. La espera de 40 minutos, al sol, con la que estaba cayendo, fue terriblemente sudorosa. Pero lo peor, lo peor de todo, todito, todo, fue cuando me topé con una de las cientos de marquesinas que ensalzan al señor Pattinson y recordé, al fin, que ayer me tocaba ir a ver Crepúsculo: Eclipse.

“Pero, señor Cabrero, ayer la noche le vi por la calle con una sonrisa de oreja a oreja… ¿le gustó la película?” No amigos. El karma, en su sabia disposición en la naturaleza humana, supo premiar mi santa paciencia con los gritos, las obras, los cereales, el hambre, el suelo, el autobús y el calor, con un premio que no esperaba:

-Lo siento, caballero. Está todo vendido. La sala está llena

-Se lo agradezco de corazón, buen señor.

-¿Disculpe?

-Que gracias.

Sonrisa crepuscular y a volver a empezar.

Eclipse, prólogo

Las modas son el ejército más poderoso de la era del marketing. Soldados armados con la fe ciega de que lo que está a punto de suceder va a ser, pase lo que pase, una maravilla. Los fieles, cegados por el brillo de un exquisito y maquiavélico lavado de cerebro, defenderán a capa y espada la calidad del producto. Ya puede aparecer un mojón con colmillos que, si se ha vendido bien, el éxito está asegurado.

Con esto no quiero decir que la masa sea ingenua, voluble y poco inteligente. O sí. Bueno, no sé. Lo que sí quiero decir es todo lo contrario: que los publicistas, productoras y distribuidoras son sagaces, implacables y muy inteligentes.

Nadie está protegido de sus malas artes. Quién más quién menos gastará sus euros en una entrada de cine impulsado por una poderosa campaña de publicidad –recuerden ‘Avatar’-.

Está claro que no existe nadie con la capacidad intelectual para decirle a nadie qué le puede gustar y qué no. Sería un contrasentido. Aunque, como en todas las reglas, existe una excepción. Y la ‘Saga Crepúsculo’ es mi excepción. No es buena, no es divertida, no es interesante, sus protagonistas no son guapos y su dirección no es alternativa. Es una porquería.

Hoy se estrena ‘Eclipse’, la tercera en discordia y, me juego el pescuezo, va a ser un taquillazo que ya lo quisiera Madoff. Sus protagonistas (Robert Pattinson y Kristen Stewart, cuya teatralizada, falsa y aprovechada relación amorosa es la causa del éxito de las películas) nos aseguran que esta vez sí que sí. Que hay acción, intriga y amor. Pero lo mismo dijeron de ‘Luna Nueva’ y mira. No dieron ni una.

¿La verdad? Que estoy deseando verla para poder desquiciarme a escribir barbaridades sin respeto. Ahí, en la yugular, hincando el colmillo.

Crepúsculo: Luna Nueva

Había oído decir aquello de que los hombres vienen de Marte y las mujeres de Venus. Pero no, yo siempre dije que era absurdo. Todos somos iguales, meras diferencias biológicas sin más. A una mujer le puede gustar tanto el fútbol como a un hombre comprar ropa. No obstante, he cambiado de opinión. Los hombres y las mujeres somos opuestos y, por eso, mientras que nosotros vemos ‘marrón’ ellas ven beige o no sé qué pamplinas en tonalidades pastel. A lo que vamos: Luna Nueva.

A ver si me pillan la idea: cuando dos hombres se ponen a hablar de cine porno -que lo hacemos- empezamos a actuar como trogloditas con comentarios ricos en metáforas y gesticulaciones muy visuales. Si durante esa ‘conversación’ aparece una mujer, lo más probable es que diga: “Sois asquerosos” o “¿cómo podéis ver esas cosas?” Fue justo después de uno de esos comentarios cuando una mente prodigiosa para el marketing vislumbró el negocio: cine porno para ellas. Y, efectivamente, lo crea: películas con muchos diálogos pastelosos, amores prohibidos, escenarios románticos, bla, bla, bla… -o eso me han contado-. Bien, seguimos: Cuando dos hombres ven una película de acción pura y dura, en plan 300… Bueno, no, 300 no, que ellas se quedan en las abdominales de Leonidas. Vale, digamos, Arma Letal, donde ellas ven violencia gratuita, disparos, muertes y machismo, nosotros vemos diversión y adrenalina. No buscamos más, somos simples. Y aquí es donde quería llegar: Luna Nueva es, exactamente, la versión femenina de una peli de acción. Con un más que evidente toque de cine porno femenino.

¿De qué va Luna Nueva? Permitidme, por favor: Edward Cullen es un viejo pervertido de 100 años que se enamora de una niña que acaba de cumplir 18, Bella -cuya padre es el protagonista de la serie Me llamo Earl-. Quieren chingar pero no pueden; tener relaciones sexuales la mataría y, por eso, tienen una barrera sexual que les tiene loquitos perdíos. Edward se va y le dice que no la quiere, que le olvide, que tiene cosas mejores que hacer. Aparece Jacob, que sufre de erecciones incontrolables cada vez que está al lado de Bella que le convierten en hombre lobo. Jacob se cuida mucho en el gimnasio para gustarle a Bella, la trata con mimo y dulzura. También quiere retozar, pero, por unas cosas y por otras, no lo consigue. Eso sí, se pasa toda la película sin camiseta para que todas las presentes en la sala suspiren y griten de vez en cuando con sofoco (absolutamente verídico). Al final vuelve Edward (el cabrón que la deja al principio de la película) y Bella vuelve con él dejando a Jacob con un paquete de cleenex. Para llorar.

Sí, sé lo que están pensando: ¿Esta película tiene versión española? ¡Correcto! Se estrenó hace ya varios meses pero con otro título: Pagafantas. Pero por lo menos en aquella ella no era zoofílica ni él era un abuelo ‘emofílico’…. “¡Da igual, Robert Pattinson es guapísimo!” Lo que usted diga, señora, pero lo será los 20 minutos que sale de las DOS HORAS -120 minutos largos- que dura la peliculita. Los actores, por cierto, están muy bien. Lo mejor de la película. La pena es que no les dejan hablar y sólo quedan como figurantes por detrás de los sosainas de protagonistas.

Y yo me pregunto, con poca inocencia: ¿Qué pasaría si, en vez de ser un grupo de hombres lobo cachas que se pasan toda la película sin camiseta fueran una banda de lobas que fueran con las tetas al aire? Efectivamente, lo llamaríamos porno -pero de verdad-.

Lo que más me duele es que después de dos horas, aunque quisiera -y quiero- fastidiarte el final de la película no podría. Porque no pasa nada. Nada de nada. Sólo diálogos típicos y tópicos, una tontería detrás de otra con declaraciones de amor que no se escribiría ni Julio Iglesias. Hortera, hortera.

Sólo queda una pregunta: ¿Por qué fuiste a verla, José Enrique? Para sentirme el macho alfa de la sala y para poder escribir esto.

Para terminar, un diálogo que surgió durante la proyección: En pantalla, el Pagafantas (hombre lobo) se agacha para levantar del suelo a Bella (el personaje que simboliza esa verdad tan grande que dice que a las mujeres os gustan los tipos malos). A mi izquierda hay sentada una pareja, él le dice a ella:

– Él: Tiene cara de mono.

– Ella: ¡Qué dices! ¡Cállate!

Pasan unos segundos. Vuelve:

– Él: A ver, en serio, que tiene cara de mono.

– Ella: ¡¿Te quieres callar ya?!

No puedo aguantarme y me entrometo en la conversación, bajito:

– JeCabrero: Si es verdad, si es que tiene cara de mono.

– Él: ¡¿Ves?!

– Ella: ¡Envidiosos!

En fin, cuánto estereotipo, ¿no?