Eclipse, prólogo

Las modas son el ejército más poderoso de la era del marketing. Soldados armados con la fe ciega de que lo que está a punto de suceder va a ser, pase lo que pase, una maravilla. Los fieles, cegados por el brillo de un exquisito y maquiavélico lavado de cerebro, defenderán a capa y espada la calidad del producto. Ya puede aparecer un mojón con colmillos que, si se ha vendido bien, el éxito está asegurado.

Con esto no quiero decir que la masa sea ingenua, voluble y poco inteligente. O sí. Bueno, no sé. Lo que sí quiero decir es todo lo contrario: que los publicistas, productoras y distribuidoras son sagaces, implacables y muy inteligentes.

Nadie está protegido de sus malas artes. Quién más quién menos gastará sus euros en una entrada de cine impulsado por una poderosa campaña de publicidad –recuerden ‘Avatar’-.

Está claro que no existe nadie con la capacidad intelectual para decirle a nadie qué le puede gustar y qué no. Sería un contrasentido. Aunque, como en todas las reglas, existe una excepción. Y la ‘Saga Crepúsculo’ es mi excepción. No es buena, no es divertida, no es interesante, sus protagonistas no son guapos y su dirección no es alternativa. Es una porquería.

Hoy se estrena ‘Eclipse’, la tercera en discordia y, me juego el pescuezo, va a ser un taquillazo que ya lo quisiera Madoff. Sus protagonistas (Robert Pattinson y Kristen Stewart, cuya teatralizada, falsa y aprovechada relación amorosa es la causa del éxito de las películas) nos aseguran que esta vez sí que sí. Que hay acción, intriga y amor. Pero lo mismo dijeron de ‘Luna Nueva’ y mira. No dieron ni una.

¿La verdad? Que estoy deseando verla para poder desquiciarme a escribir barbaridades sin respeto. Ahí, en la yugular, hincando el colmillo.