Seguro que conocen a alguien que tiene en su casa la colección entera de los cómics de Tintín y de Astérix y Obélix gracias a una oferta del Círculo de Lectores. Es un clásico. En casa recibíamos un par de cómics cada dos meses, uno de cada serie, y su llegada era motivo de disputas por ver quién los leía primero. Con el tiempo descubrí que hay una línea invisible que ha separado a la humanidad lectora de cómics en dos subespecies claramente diferenciadas: los sagaces de Tintín y los aguerridos de Astérix y Obélix.
Obviamente, elegir uno de los dos bandos implica ciertas cualidades y empatías entre lector y personaje. Y no es una elección sencilla. De hecho, puede que le gusten mucho ambos cómics, pero sus actos le terminarán delatando: ¿Pasa horas leyendo, investigando datos y sacando información de la gente que le rodea? Tintín. ¿Toma decisiones rápidas y lucha contra la injusticia a golpe de onomatopeya? Astérix y Obélix. ¿Se iría al fin del mundo con una libreta? Tintín. ¿Vencería a un ejército con su mejor amigo como único batallón? Astérix y Obélix.
Hasta hace poco, había un campo en el que no había discusión posible: el cine. Mientras que Tintín contaba con unas películas de animación poco cuidadas y algún que otro paseo por las pantallas belgas en imagen real, Astérix y Obélix han gozado de una mayor acogida audiovisual. Personalmente, me chiflan ‘Las doce pruebas’ y ‘La Gran Bretaña’, y, si pudiera, pondría la melodía principal de tono de llamada del móvil: tatarátatata, tatarátatata…
Este fin de semana se estrena ‘Astéris y Obélix: Al servicio de su majestad’, basada en las aventuras en Bretaña de los valientes galos. Y, la verdad, tengo hasta curiosidad por verla. De pequeño me reía mucho con la escena del té a las cinco y con los chistes sobre las costumbres ingleses. Chistes que tomé como exageraciones hasta que viví en Londres y descubrí que no iban muy desencaminados.
Venga, preparen sus pociones.