Birdman, segunda secuencia

Es como en esos sueños en los que caminas desnudo por la calle, desesperado por encontrar unos pantalones que tapen tus vergüenzas. ‘Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia)’ termina y, de alguna manera, Alejandro González Iñárritu (‘Babel’, ‘Biutiful’) filtra una terrible idea que flotará en su cabeza durante horas: eres Birdman. Y así comienza la segunda secuencia.

La película de Iñárritu es un diálogo constante que asalta al espectador como una caótica melodía de Jazz. Un interrogatorio incesante que enfrenta a Riggan (Michael Keaton) a dos públicos que coexisten al mismo tiempo: los que aplauden en su teatro y los que habitamos en la sala de proyección.

Iñárritu y su director de fotografía, Emmanuel Lubezki –su trabajo es fundamental–, construyen una ilusión que no es fruto de la casualidad. ‘Birdman’ es una única e inagotable secuencia que persigue a los actores por los claroscuros del Broadway neoyorkino, creando así la sensación de teatro, de que todo está sucediendo delante de nuestras narices. Igual que el mago que con una mano señala a la luna y, con la otra, lanza el misterio, los actores entran y salen de cámara como si entraran y salieran al escenario. Están ahí, esperando la señal, actuando desde el principio hasta el final, sin cortes.

Así que si el objetivo era recrear el teatro de la vida, era imprescindible ejercitar el bello arte de la interpretación. Lo de Michael Keaton es formidable. El actor juega con el espejo y mira a ese tipo que se hizo rico y famoso por vestir la máscara de un héroe nocturno y que ahora desea honrar la profesión que ama, aunque no sea capaz de amarse a sí mismo. Pero sería injusto considerar que Birdman es solo Keaton. De hecho, aunque no lo veamos, todos visten la máscara del pájaro en algún momento: Zack Galifianiakis, Emma Stone, Edward Norton y Naomi Watts. Soberbios.

‘Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia)’ habla sobre el reconocimiento, la vocación, el fracaso, el teatro mundo de Bertolt Brecht y el significado más profundo de la vida. Sí, no es una película sencilla, fácil para todos los públicos. Pero merece la pena intentarlo.

 

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Resacón 2: ¡Ahora en Tailandia!

La elección del título español, pese a que es horripilante, es muy acertada: ‘Resacón 2: ¡Ahora en Tailandia!’ ¿Por qué? Porque es exactamente la misma película que vimos hace un par de años pero, ahora, en Tailandia. Y al decir ‘exactamente’, quiero decir secuencia a secuencia. El desencadenante de la historia es el mismo, el nudo está forjado en las mismas tensiones y el final repite el mismo esquema para resolver el embrollo. Por todo este párrafo casi cacofónico es por lo que las críticas internacionales han sido muy duras con la película de Todd Philips. Y tienen razón: son los mismos chistes bárbaros, irreverentes y políticamente incorrectos de la primera entrega… Pero qué panzá de reír, niño.

A ver. Aquí sucede lo que yo llamo la ‘teoría Manuel’. Verán: Manuel es un amigo que tiene un repertorio de chistes infinito. El tipo puede estar contando uno detrás de otro durante toda la noche (true story). La cosa es que a sus amigos, como le hemos escuchado tantas veces, algunos ya nos empiezan a sonar repetidos. Pero claro, los cuenta con tanta gracia, con tanto desparpajo, que nos partimos de risa igualmente. Con ‘Resacón 2’ se cumple la ‘teoría Manuel’: si te lo pasaste bien con la primera, también lo harás con la segunda. Es así de simple.

Ahora bien, el efecto sorpresa de la original es impensable. De hecho, nadie podía suponer el éxito que cosecharía la de Las Vegas -la mayoría de los que fuimos al cine a verla nos quedamos a cuadros: es una gran comedia- y, claro, esta vez, era difícil entrar a la sala sin unas expectativas atroces.

La sonrisilla socarrona que se les quedará al final de la proyección está asegurada. En gran medida por la nueva sesión de fotos del viaje -inconmensurables- y por el gusto de ver, otra vez, a Zack Galifianiakis, el cómico que roba toda la atención de la cinta. Qué grande eres, Zack.

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