El gato con botas

José Antonio Domínguez imaginó su nombre grabado en el boulevard de las estrellas, pero nunca lo consiguió. Soñó que sería héroe, cantante, espadachín, guerrero, poeta, revolucionario y amante. Aún hoy, con medio siglo a cuestas, se despierta en mitad de la noche con la vívida sensación del éxito y el glamour: el aroma de una actriz de Hollywood, la ventana abierta moviendo las páginas de los guiones que se amontonan en el despacho, las princesas duermen en el castillo… Confundido, sin saber qué es realidad y qué ensoñación, revisa la cartera, saca el dni y confirma su sospecha: “soy José Antonio Domínguez”.

Su sueño se repite a todas horas. A veces se sorprende hablando en inglés con los vecinos, con un acento que no disimula un orgullo andaluz que le da un toque de distinción, de originalidad. Son tan poderosas las imágenes que le vienen a la memoria y, a la vez, tan irreales. Obviamente, nunca estuvo enamorado de un tal Andrew Beckett, ni grabó ‘zetas’ en las paredes de un palacio mejicano, ni fue árabe en una guerra de vikingos. Jamás entrevistó a un vampiro. Tampoco tuvo un hermano gemelo. Sus pies no bailaron en los teatros de Broadway y aún así recuerda con especial emoción aquella noche en el Kodak Theatre, cuando cantó con voz de Jorge Drexler, al otro lado del río.

Pero quizás, la más irreal de sus encarnaciones sea la de un gato. Sí. Un inexplicable gato con botas. Un felino carismático, forjado con su florete y sólo ensombrecido por un sombrero de enormes alas. Otro personaje fantástico, tan cercano al Íñigo Montoya – “tú mataste a mi padre, prepárate a morir”- como al galán de Casanova. Un dibujo que engrandeció sus sueños y le empujó, quizás, a ser mástil de un barco que tiene un futuro prometedor en Andalucía: la animación.

Las últimas semanas, enfundado en sus botas, José Antonio pasea por un lugar llamado Kandor. Coquetea con damas y muertes, suspira con linces perdidos y afila la espada de un desconocido -aún- Goleor.

Como el Boabdil que lloraba la pérdida de su Granada, José Antonio recuerda el día en que su nombre se perdió. El día en que cedió sus éxitos y sus triunfos a la trampa de Pedro Almodovar: “Chaval, necesitas otro nombre. Uno con más gancho”. Hoy podría haber visitado Granada, pero en su lugar lo ha hecho el otro, el sueño, el personaje al que todos admiramos desde el día que dijo “hasta luego, Málaga”. Antonio Banderas, el gato con botas. “Sabiendo que el azar empuja mi destino. Jamás olvidaré que fuiste el amor de mi vida… ni a vos, ni a vos…y a vos no os conozco, pero me gustaría conoceros”.