Polonia y Schindler

El mejor café de mi vida no vino de manos de un colombiano. Ni siquiera de un italiano. Era polaco. Dedos fríos, lejanos del mediterráneo y de la mar caliente y la sangre encendida. Él puso el café bien triturado y apretó con la fuerza necesaria –ni mucho ni poco, la cantidad exacta que sólo un buen barista sabría equilibrar en su cuerpo- para nivelar el grano. Pulsó el botón y el agua caliente hizo el resto del trabajo convirtiendo tierra marrón en magia contra el cansancio. Puro trámite de alquimistas. Una vez ocupado un tercio de la taza con café, vertió un tercio de espuma seguido de un tercio de leche –para que haga pompa- y lo colocó sobre un platito acompañado con una cuchara de metal. “Tu capuchino, José”.

Darek me puso aquél café después de una de las conversaciones más trascendentales que he tenido en mi vida. Acababa de llegar al trabajo y, mientras que nos poníamos el delantal y demás prendas de franquicia (Café Nero, el mejor café de Londres), le contaba que la noche anterior había vuelto a ver ‘La lista de Schindler’. “Es preciosa, Liam Neeson está genial y, al final, cuando sale la niña de rojo…” Él me mira con extrañeza. Confundido. Como el niño que sabe que su padre se equivoca pero no quiere llevarle la contraria. Al poco, habla: “No puedo ver esa película porque me recuerda a lo que me contaba mi abuelo. Mi abuelo, él estuvo allí… Anda, cuéntame otra cosa mientras te preparo un café”.

A veces no somos conscientes de que detrás de las historias hay vidas en juego. La empatía sigue siendo el gran hallazgo, la capacidad para sentir lo que otros sienten o han sentido, para hacerlo propio y no verlo como algo lejano, intocable y palpable sólo en fotografías. No es lo mismo ver ‘La Lista de Schindler’ y llorar por los polacos que fueron humillados y masacrados durante el periplo nazi, a ver ‘La Lista de Schindler’ sabiendo que familiares de la persona que te hizo el mejor café de tu vida lo sintieron en sus carnes. No lloras igual.

Ayer hablé con Darek, después de varios años. Estaba hundido. “Nuestro país… no hacemos más que estrellarnos”.