Aprovechando la léxica y morfológica fiesta del Día del Libro, les voy a contar una entrañable –literalmente- anécdota sobre cómo utilizar las nuevas tecnologías. Bien. Por todos es sabido que hay dos tipos de libros: el libro de leer y el libro de pensar*. El libro de leer, como su nombre indica, es el que disfrutamos en nuestro tiempo de asueto, sin prisas, en una posición cómoda y extensible a la eternidad. Exige, además, de toda nuestra concentración para extraer todo el meollo, literario y espiritual, del asunto.
Por contra, el libro de pensar* se utiliza únicamente en el lugar indicado para pensar*. Es un libro liviano, de lectura ágil y amena, que disfrutamos durante un periodo de tiempo muy concreto, que va de los dos minutos a –dicen- veinte. Exige, además, que no desvíe nuestra concentración del acto principal que nos ha llevado al lugar de pensar* para extraer, sin demora, todo el meollo del asunto.
Libro de leer es ‘La noche de los tiempos’, de Antonio Muñoz Molina, porque contiene una historia densa, con un lenguaje exigente. Libro de pensar* es, por ejemplo, ‘Cuando éramos honrados mercenarios’, una recopilación de los artículos dominicales de Reverte (la calidad del libro no está reñida a dichas categorías, por supuesto).
Les cuento toda esta verborrea escatológica porque hay visionarios que han ido más allá y, gracias a las nuevas tecnologías y a las pocas ganas de leer que tiene la sociedad, han creado la película para ver y la película para pensar*. ¿Cómo lo hacen? Muy fácil: un portátil, un móvil con solera o una videoconsola portátil. “Así me veo en cómodas entregas películas que no merece la pena tomarse en serio, tipo ‘Exposados’ (yo hubiera dicho ‘Crepúsculo’)” No está mal pensado, la verdad. Es una manera de pensarte* directamente en una película que es una vergüenza.
El cine está bien. Pero la lectura es el hermano mayor. Respeten a sus mayores. Feliz Día del Libro.