The Good Heart

Siempre he creído que hay una consecuencia inequívoca entre una acción positiva y una respuesta positiva. Y al contrario. Unos lo llaman ‘la regla de oro’, algunos ‘karma’. Otros, los más, se limitan a conocerlo como ‘ser buena persona’. ‘The Good Heart’ habla de la reacción en cadena que sigue a una sonrisa. Incluso cuando esa sonrisa la diriges al mayor gruñón del reino. Buenos corazones maltrechos por malas decisiones, malos hábitos y mala suerte que al fin despiertan al encontrar una mano amiga.

Jaques y Lucas se conocen en el Hospital. Ambos están ingresados y sin nadie que les visite. El primero es el viejo dueño de un bar y su tremenda afición por beber y fumar le ha provocado cuatro ataques de corazón. El segundo es un joven veinteañero que vive en la calle, bajo cartones, con la compañía de un gato. Ha intentado suicidarse. Cuando salen del hospital, recuperados, Jaques obliga a Lucas a convertirse en su sucesor el ‘La Casa de la Ostra’, el bar en el que vive y trabaja.

La relación entre ambos personajes tiene un cierto parecido con la de Clint Eastwood y el chico coreano de ‘Gran Torino’. Este diálogo continuo, eje absoluto de la película, es una maravilla. Me pareció preciosa la parte en la que Jaques le enseña cómo funciona la tasca y sus clientes. Pero, sobre todo, cuando reduce los secretos de una vida feliz a algo tan cotidiano como hacer una taza de café expreso. “Todo el mundo cree saber hacerlo, pero, en realidad, nadie lo sabe con certeza”.

‘The Good Heart’ es una enternecedora historia que invita a la reflexión desde su primer minuto. Casi una escena de teatro en el que sus actores dan vida a dos de las pasiones más características del ser humano: el miedo y el valor. Y nos enseñan cómo, en su justa medida, un corazón abocado al olvido puede convertirse en un latido eterno.

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