Tenemos miedo. Y esta semana, entre líneas, vamos a hablar de eso: incertidumbre, angustia, inconformismo, desilusión, agonía. La palabra ‘huelga’ centrará los titulares de un país desorientado que no sabe en qué creer. En quién creer. Mientras que unos pintan pancartas y preparan insultos adornados con gestos de impotencia, otros trabajarán bajo la sombra de los puntos suspensivos. Unos y otros, todos, tenemos miedo.
La palabra ‘profesión’ tiene una connotación mística y universal a la que no se le suele hacer mención en las encuestas del paro: ‘pro fe’, la actividad a la que juras lealtad y empeño. Tu lugar en el mundo. La espada con la que cumplir una misión vital. A lo largo de los años desarrollamos una enorme inquietud por ‘ser algo’: médico, profesor, electricista, camarero, empresario, guionista, dibujante, abogado, arqueólogo, periodista…
Las vocaciones nos resucitan y nos dan plenitud. Un maestro que no pueda enseñar o un arquitecto que no pueda construir, aunque viva en la abundancia, nunca sonreirá igual. Por eso, mientras políticos y sindicatos claman al cielo por la crisis, yo miro a mi alrededor y veo demasiados últimos alientos. Jóvenes que desean dar lo mejor, que tienen que suplicar por estar detrás de la barra de otro y que dan por muerto el sueño, antes de empezar. Y adultos experimentados que, en sus últimos años de carrera, tienen que salir con urgencia por la puerta de atrás. Resignados.
George Clooney aún me pone los pelos como escarpias en ‘Up in the air’. Está sentado frente a un padre de familia con deudas al que tiene que despedir. Le dice algo así: “Usted estudió diseño, ¿qué pasó? ¿Cuánto le pagaron al año para que olvidara lo que quería ser en la vida?” Y esa idea es, precisamente, la que más miedo nos da. Que por mucho que reunamos el valor para partir en busca del sueño, parece que ya no existe. Que no hay opción. Sólo crisis.
Pero ya lo dice la palabra: ‘fe’.