La pasión de los 33

Quien no crea en los milagros debería mirar a Chile. Con los ojos bien abiertos. Ayer, una tertuliana de la radio decía que comparaba el rescate de los mineros con el momento en el que el hombre pisó la Luna por primera vez. Al principio me sonó un pelín exagerado pero, la verdad, es que guarda una estética similar. Y, qué demonios, ha sido emocionante. Épico.

Desde que todo esta aventura subterránea empezó, me pareció estar delante de un guión escrito en directo. De hecho, ya está confirmado que la película está en marcha con Javier Bardem como gran favorito para protagonizarla. Si pudiera hacerle una pregunta a los productores o al director de la futura cinta, tengo muy claro cuál sería: ¿Cuándo empezó el rodaje?

La pasión de los 33 de Chile ha sido vista, desde sus cimientos, como una historia de dimensiones fílmicas. Hemos creído en su milagro, en su final feliz y en la tremenda metáfora que encarnaban estos actores accidentales. El rescate, el minuto a minuto que pudimos ver en directo desde ideal.es, parecía un anuncio desproporcionado. No me costó ningún esfuerzo imaginar el tráiler: una música orquestal subraya los titulares de la prensa: “La historia que conmocionó al mundo”, “El día que Chile vio la luz”, etcétera. La cámara hace un movimiento brusco y vemos, entre polvo y gritos, los ojos de un minero encerrado. Una sucesión de imágenes que combinan las charlas emotivas con los familiares, a través de las cámaras, y algún monólogo de desesperación. Para terminar, al fin, con la frase que cerrará el minuto y medio de promoción: “Me peleé con Dios y el diablo, y ganó Dios”.

Estoy convencido de que el universo tiende a nivelarse. A dar una de cal y otra de arena, a sonreír por cada lágrima caída. Ying y Yang. Y para un pueblo que ha visto cómo la tierra les caía sobre sus cabezas, cómo el suelo se volvía cruel y los muros insostenibles, parece una parábola prescrita por Dios. Un canto a la vida que brota de la tierra. De la misma tierra.