La mañana de aquel martes de 1928 no presagiaba ninguna aventura para el quinceañero Palle Huld. El desayuno estaba dispuesto en un estricto orden danés: un vaso de leche, cereales enfrascados, bollería suntuosa y el caldo aromático del señor Huld -su padre no soportaba el café-. Guiado por la costumbre, Palle se sentó en la silla de fieltro y abrió el periódico para husmear en las tragedias de otros. Y en sus aventuras, claro.
Cuando el primer sorbo de leche cruzaba la garganta de Palle, una fuerza sobrehumana impulsó el líquido fuera de su cuerpo, convirtiendo al zagal en un aspersor viviente. Sus brazos adoptaron la misma posición que su carismático flequillo pelirrojo, mientras que la mirada viajaba, desencajada, por unos horizontes que nadie podría esperar: “Papá. Me voy”.
El té de hierbas del señor Huld se enfrío. “¡Rayos y centellas!”, gritó. Qué padre podría beber tranquilo después de enterarse de que su hijo había ganado un viaje alrededor del mundo, durante 44 días, para conmemorar el centenario del nacimiento de Julio Verne. El tiempo voló como una página de cómic en unas manos intrigadas. El joven viajó por Estados Unidos, Japón, Alemania y Siberia. Y, cuando regresó a Copenhague fue recibido por 20.000 personas. Como un héroe.
Palle, cuando recobró el equilibrio, escribió un libro en el que narraba sus apasionantes descubrimientos -imaginen el mundo sin Internet-. Quizás, todas aquellas maravillosas experiencias contenidas en 44 días le motivaron a vivir en otras pieles. El caso es que Huld Palle se hizo actor, un trabajo con el que vivió el resto de sus días, hasta el 26 de noviembre de 2010, fecha de su muerte.
No obstante, muchos años atrás, Georges Prosper Remi, después de leer el libro de Huld, dibujó a un joven periodista llamado a disfrutar de las mieles de la eternidad. Al artista lo recordarán por su pseudónimo, Hergé.