Las coincidencias entre realidad y ficción siempre son espeluznantes. La patética historia de Strauss-Khan (que no tiene nada que ver ni con ‘Regreso al futuro’ ni con ‘Star Trek’; fin del chiste friki que muy pocos entenderán y muchos menos verán gracioso) con la camarera ha despertado un morbo repugnante difícil de ignorar. En las últimas horas he leído dos artículos que cimientan el thriller.
Por un lado las estruendosas bobadas de Salvador Sostres en El Mundo (el mismo que dijo que debíamos entender al maromo que mató a su novia tras un ataque de celos), con perlas del tipo: “Cualquiera que haya viajado un poco y se haya hospedado en hoteles de lujo sabrá perfectamente que los hombres solos a los que se les presume cierto poder adquisitivo son como golosinas para algunas camareras”.
Al otro lado del ring -en términos éticos, humanos y periodísticos- está Gay Talese, una leyenda viva de la profesión (todavía sueño con escribir algo parecido al ‘Frank Sinatra está resfriado’ o ‘Nueva York’) que, en una entrevista en El País pone el acento en el mismo personaje, la camarera, pero cediéndole el misterio: “Ella tiene la respuesta”.
El caso es que entre unos y otros han convertido a Satrauss-Khan en el forzado protagonista de la versión mundana de ‘El inocente’, película en la que un ricachón de tres al cuarto es acusado de maltratar sexualmente a una joven. La espeluznante diferencia, por supuesto, está en que uno ha tenido en sus manos la voluntad del planeta; el otro es un simple actor.
Como en el filme, la culpabilidad del político aún está pendiente de un guion repleto de juegos sucios y rincones oscuros del alma. Aunque la intuición colectiva ya ha juzgado. Hemos juzgado.