JE Cabrero

El cine siempre fue la excusa

Win Win (ganamos todos)

¿Y si la vida es para los perdedores? Quiero decir, ¿y si no nacimos para ganar? ¿Y si el secreto, después de todo, está en ser capaces de sonreír mientras el otro se lleva la copa? Admitámoslo, somos necios. Contradictorios. Queremos la paz mundial pero deseamos que nuestro vecino no triunfe. Lamentamos que haya ladrones en las calles pero, si supiéramos que nadie nos ve, robaríamos un banco. Cargamos con ira ante la injusticia, la pobreza y el cambio climático pero, el día que aparece un sobre repleto de billetes en la mesa del despacho, lo escondemos con cuidado debajo de la almohada. Así somos.

Mike Flaherty (Paul Giamatti) es un abogado con un despacho que pasa por su peor momento. Sus clientes caen con cuentagotas y los cheques a fin de mes son un bien escaso. En sus ratos libres, además, es entrenador de un nefasto equipo de lucha libre en un instituto. Todo cambiará cuando se convierta en el responsable legal de Leo (Burt Young), un acaudalado anciano que le resolverá sus cuentas pero que le pondrá un nuevo reto en su vida: Kyle, su recién descubierto nieto; un adolescente poco hablador que revolucionará a la familia Flaherty.

‘Win Win (ganamos todos)’ es una maravillosa e inesperada experiencia. Un regalo escrito y dirigido por Thomas McCarthy, que engancha desde el primer minuto con el alma del espectador -tal y como consiguió con su otro gran texto, ‘Up’- gracias a un derroche de empatía que hilvana, con suma naturalidad, el humor que existe en la desgracia con la tristeza que esconde una sonrisa. La cinta es una suerte de ‘Karate Kid’ o ‘Rocky’ para tiempos de crisis, protagonizado por un antihéroe magistral -Giamatti es una garantía siempre; probablemente, uno de los mejores actores del momento- y un adolescente traumatizado.

De hecho, McCarthy hace una de las lecturas más acertadas de lo que implica vivir en crisis. De lo difícil que es conjugar ciertos verbos: ‘necesitar’, ‘perder’, ‘amar’. De cómo cualquier ser humano traicionaría sus ideales más arraigados por, aunque sólo sea por una vez, ganar. Y de cómo, al fin, descubrir que la soledad del podio nunca compensará la intensa alegría de vivir entre perdedores.


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