¿Puede una promoción ser más divertida que el producto final? Y digo más: ¿Puede merecer el teatro y la parafernalia que acompaña a una película justificar el pago de una entrada? La respuesta es sí, en ambos casos.
Para ver ‘El Dictador’ hay que querer ver ‘El Dictador’. Un requisito que puede sonarles a perogrullada innecesaria pero que no lo es bajo ningún concepto: es imprescindible que sepan lo que van a ver. Nada de ir por probar, por echar el rato o porque lo echaron a suerte. La última barrabasada de Sacha Baron Cohen no engaña: es una retahíla constante de improperios, exageraciones, chistes sexuales, racistas, machistas y críticas tan hirientes que podrían ser verdad. Y no todo el mundo está dispuesto a pasar por el aro.
Al Adeen es el jefe político, militar, religioso y comercial de Wadiya, una nación imaginaria que gobierna con mano de hierro y amenazas nucleares. Tras una pequeña traición, Al Adeen se verá perdido en los Estados Unidos de América, donde se abrirá paso hasta la sede de las Naciones Unidas gracias a su formación dictatorial.
Desde que comenzó la promoción de ‘El Dictador’, Sacha Baron Cohen representó su papel de Al Adeen delante y detrás de las cámaras. Ya fuera en entrevistas a medios, informativos o campañas publicitarias en redes sociales, Cohen respondía con la ironía y la perversidad del mandatario wadiyano. Una promoción francamente divertida que ha superado a la propia película, víctima de unos gags destripados por sus propios trailers (con la excepción del primer fotograma, inesperada dedicación a… un tipo peculiar).
Y entonces, al terminar la proyección, si ha ido al cine con gente que quería ver ‘El Dictador’, cruzarán sus miradas y dirán: “Qué mala es… pero que panzá de reír”.