Cuántas veces nos habrá salvado la imaginación. Alcanzar la página 33 y soñar con un plan inesperado, escuchar las palabras de Han Solo y liderar una ruta de escape, bailar el último disco de Muse y saltar de la silla empujado por una motivación extrasensorial. El poder de la creatividad es la ínsula Barataria que aniquila gigantes y entorpece las hordas de lo imposible. Encontrar el nexo entre dos opuestos, combinarlos en bella alquimia y descubrir la atrevida ensoñación del visionario. Ninguna medicina o tecnología podrán contra la arrasadora virtud del Arte.
‘Argo’ es bella. Incluso cuando es cruel, cruda y ruda, es bella. Todo, desde el monólogo sobre el storyboard de la historia de Persia hasta la maravillosa escena final, consagran sus esfuerzos en una misma línea de diálogo en la que confluyen cientos de pequeños detalles que enriquecen la película. La película. Ben Affleck consiguió que levantara la cabeza y mirara con interés los créditos de su anterior cinta, ‘The Town’, pero esta vez debo profesar mi más sincera admiración por una obra fascinante.
La idea, basada en hechos reales, es de por sí un acierto: Tony Méndez (el propio Affleck) organiza el rodaje de una película, ‘Argo’, en Irán. Una película que nunca llegará a los cines, ya que es una farsa para conseguir infiltrarse en el país y liberar a seis presos políticos.
Les aseguro que ‘Argo’ es una gozada en cualquier aspecto: la especulación internacional, el relato electoral, el palpable sabor del Hollywood de los 70 y, por supuesto, el intenso entretenimiento del mejor thriller cinematográfico: no relajarán sus músculos en dos horas. Affleck demuestra que se pueden vender ideas, estimular la mente, divertir al espectador y apasionar a los cinéfagos.
No se me ocurre una buena razón por la que no deba ver ‘Argo’. Hasta el ‘Affleck actor’ está acertado. Y qué inconmensurable pareja la de Alan Arkin y John Goodman. Bravo.