La Estrella de la Muerte en España

Mis juguetes eran mi bien más preciado hasta no hace mucho. Y jugar con ellos, mi pasión. Supongo que si alguna vez se vieron tumbados en la alfombra de su dormitorio, rodeados de figuras de acción, soñaron, quizás, con la posibilidad de que las aventuras que imaginaban fueran reales. Reales como la vida misma. Reales como el huevo frito que acompaña a las lentejas o el coche de papá. Así de reales. Por eso deseé ser americano cuando leí que pedían oficialmente a la Casa Blanca la construcción de la Estrella de la Muerte. Americano para poder votar, escribir una carta firmada y mirar al cielo, a ver si empezaban a subir naves espaciales.

El episodio es muy divertido. El equipo de Obama ha sabido aprovechar el chascarrillo del pueblo para hacerse un lavado de imagen y caer en gracia a los amigos de ésta y de cualquier otra galaxia, por muy lejana que sea. En una carta repleta de referencias a la saga de George Lucas («¿Qué sentido tiene gastarse el dinero de los contribuyentes en una ‘estrella de la muerte’ si ya sabemos que su tara principal es que puede destruirla un solo hombre en una nave?»), la Casa Blanca ha triunfado con un magnífico ejercicio de comunicación.

La pregunta es obligada: ¿Qué pedimos aquí? ¿Qué pedimos a la Moncloa?

Por más vueltas que le he dado no he llegado a una conclusión clara. Estamos faltos de elementos lo suficientemente fantásticos como para generar una pasión tan desmesurada. Así que, supongo, que nuestra mejor opción es construir, atención, ¡La TÍA! Vale. Sí. No es la Estrella de la Muerte, pero es una construcción llamativa y fácilmente identificable en el imaginario español. Porque, ¿saben lo que es la TÍA, verdad?

También me preguntó cómo reaccionaría nuestro gobierno si realizásemos una petición del porte de un destructor espacial. Primero, dudo que se leyera. Segundo, dudo que se respondiera. Tercero, habría un lobby que descubriría una maquiavélica estrategia de la oposición para denigrar a su partido político. Cuarto, alguien hablaría de la independencia. Quinto, haríamos un especial vespertino en un programa de famoseo barato con un albañil que dice que estuvo allí. Y, sexto, terminaríamos proyectando seis planos distintos, iniciando cuatro obras al mismo tiempo y sobrepasando todos los calendarios establecidos sin acabar ni una sola de ellas. Pero oye, así somos.