Hubo un tiempo en el que David Bowie no era un clásico. Un tiempo en el que cada día era una oportunidad para descubrir algo nuevo, sin el lastre de saberse adulto. Viajábamos por el mundo con una mochila a cuestas y unos apuntes repletos de dibujos y guiños a lo que realmente nos evocaba inspiraba el universo: preguntas sin respuesta, el nombre de la chica, temores y complejos, tachones vergonzosos… Un tiempo en el que éramos una mancha de Rorschach con acné, erecciones sorpresivas y cuerpos que no encontraban su voz. Adolescentes.
El instituto es la fortaleza de la adolescencia, el castillo indestructible al que nos referiremos años más tarde, entre cafés y cervezas, con tanta añoranza como odio. Es como si todos hubiéramos ido al mismo sitio: estaban ‘los guays’ que jugaban en el equipo de fútbol, las perfectas que lo hacían todo bien, los empollones, las artistas, los enamorados del heavy, las implacables delegadas, los torpes que caían bien y las que siempre supimos que serían líderes del futuro. Entre unos y otros, los raros, los originales, terribles independientes ajenos a las modas, fuera de carril, frikis, hijos del cómic y el cine bizarro, la poesía, los libros prohibidos y la música que se baila con las extremidades desatadas.
Stephen Chbosky dirige un guión basado en su propia novela: ‘Las ventajas de ser un marginado’. Charlie (Logan Lerman, ‘Percy Jackson’) vuelve al instituto después de pasar una temporada aislado en el hospital. Su ansia de hacer amigos le llevará a conocer a Patrick (Ezra Miller, ‘Tenemos que hablar de Kevin’) y Sam (Emma Watson, ‘Harry Potter’), que le introducirán en el grupo de ‘marginados’, los no-populares. Rodeados de casetes y referencias ochenteras, descubrirán el amor, el sexo y el arte.
Lerman, Miller y Watson demuestran por qué son la hornada de jóvenes protegidos por Hollywood. Lejos de sus papeles anteriores, el trío protagonista combina drama y comedia con soltura, construyendo una película que esconde mucho más de lo que el título,a priori, propone. Su profundidad y su crudeza la alejan de la típica cinta de adolescentes hormonados, lanzando preguntas incómodas al espectador juvenil. Algo inocente en su factura, pero compleja en el resultado.
‘Las ventajas de ser un marginado’ es un ensayo sobre descubrir quién eres, el momento en el que decides dejar de seguir la corriente para crear la tuya propia. Una edad a la que todos regresamos, la adolescencia, para preguntarnos qué es lo que yo hubiera hecho. Tal vez, el momento más sincero de nuestra existencia. El final deja un regusto parecido a la frase que cerraba ‘Cuenta conmigo’ (Rob Reiner): «Nunca encontré amigos como los que tuve cuando tenía doce años. Dios mío, ¿los tuvo alguien?«