Es mi momento favorito del metraje. Después de una azarosa campaña resolviendo todo tipo de enigmas, venciendo a cíclopes y gigantes, defendiendo el honor de la familia y honrando al amor que espera en lo alto de la torre, el héroe se sacrifica. A la vuelta de la esquina hay un festín de tesoros, mieles y salves para aquel que merece los vítores. Pero antes, justo antes de siquiera asomarse a la victoria final, el protagonista entiende el significado de la aventura, se da la vuelta y marcha, desprovisto de ambición personal, a matar al dragón. A saltar al vacío. A aceptar el reto. A caer, quizás, en un olvido al que nadie prestará atención.
Piense un momento en la posibilidad: su vida es un guión cinematográfico. O una novela, si gusta. O un cómic, un teatro, una canción, una pintura. Ya me entienden. Es usted el protagonista inefable de un ‘Show de Truman’ visceral que cada día sorprende con una nueva página que cambia el rumbo de la historia. Seguro que alguna vez respondió a la pregunta, ¿si su vida fuera una película, qué sería: comedia, drama, acción?
No importa si lo suyo son las risas, el romance o la épica. Llegará un momento en que deberá enfrentarse a una decisión que implicará consecuencias universales. Una decisión de las que empapan la almohada y rompen el equilibrio del calendario. Angustia, nervios, frustración. Tranquilo, lo normal es que la ignore y siga su vida. Eso es lo que hace la mayoría. Y ahí, quizás, resida el problema: todos queremos ser héroes, pero pocos aceptan el sacrificio.
Y de eso va el día. De eso va la película de este Viernes. Del grito de William Wallace, la decisión de Darh Vader, el baile de Guido, el esfuerzo de Pi, la trascendencia de Schultz, la claridad de Gandalf, el viaje de Mufasa, la servidumbre de Alfred, la carrera de Forrest, la impronta de Ryan, la inocencia de Woody, el vuelo de Eliot, la visión de Neo, el chip de Wall-e… o la elección de Henry por su hijo y no por el cáliz, en la última cruzada.