Un amor entre dos mundos

La posibilidad de alterar la forma de entender el espacio no implica que también podamos modificar a nuestro antojo el tiempo. Lamentablemente. Arriba y abajo se mezclan en ‘Un amor entre dos mundos’, pastel que parte de una original y vistosa idea para terminar en una agónica, desesperante y aburrida manera de perder el tiempo. Juan Solanas, su director, cierra la película con una preciosa dedicatoria escondida tras los títulos de crédito: «A nuestro tío Martin. El astronauta a pie, gentlemen de los Buenos Aire. Genial inventor de la nada. Te extrañamos». Si tan solo hubiera sido fiel a esa pasión tan sincera, tan evocadora, que demuestra en veinte palabras, tal vez, el film hubiera sido una experiencia trascendente.

Pero, como les digo, arriba y abajo, principio y final, solo funcionan como espejismo visual. Y, como todos los espejismos, atrae al espectador a la butaca con una original promesa de aventura, ciencia ficción y romance. Sí que combina los tres elementos. El problema es que el resultado final es francamente decepcionante.

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El mundo está dividido en dos gravedades, los de abajo son pobres y oprimidos y los de arriba, ricos y poderosos. Adam (Jim Sturges, ‘21, Blackjack’), de ‘Villabajo’, conoce a Eden (Kirsten Dunst, ‘Spiderman’), de Villarriba, con poco más de ocho años. Pasan su infancia viendo al otro al revés y, claro, quién podría evitarlo, se enamoran. El problema es que está prohibido colarse en la gravedad del otro lado y, por supuesto, que arribeños y bajeños se toquen. ¿Conseguirán los Romeo y Julieta de la flotación inversa romper con lo establecido y amarse bajo un naranjo?

Puede que ‘Un amor entre dos mundos’ no sea algo tan malo como creo que es. Sí que puede resultar entretenido y complacer a los que busquen unos minutos de placer estético y una historia de amoríos imposibles. Pero es que la idea de Juan Solanas era tan innovadora que, demonios, podría haber sido algo muy bueno. Confío en que el argentino haya aprendido la lección: sigue jugando.