Landa, Alfredo

Crecí con la seguridad de que el nombre era Alfredo y el apellido, Holanda. Alfredo Holanda. Sí, hombre. El señor enjuto de mirada noble y gesto hosco que entornaba la enorme frente de arrugas fruncidas y maldecía con insultos e improperios que nacían en el corazón de la yugular. Un cabreo monumental que vacilaba, meloso, cuando una rubia en blanco y negro coronaba el plano y él, peluche aprieta boinas, sostenía la mirada y suplicaba, en silencio, un baile con la señora más guapa que había visto en su puñetera vida.

No puedo hacer un repaso científico de los milagros y la obra de Alfredo Landa. Demasiado prodiga –prodigiosa– para mi ignorancia. Hay otros –muchos– que lo harán mejor, tan solo unas páginas atrás. Mi recuerdo más exacto, para que se hagan una idea, es su papel protagonista de la serie ‘Lleno, por favor’. Supongo que por la cercanía, por la edad. Por la vida. Por mi tiempo. Dicen que una vez aseguré a mi abuela que había visto una película suya titulada ‘Los gemelos golpean dos veces’. En fin.

Pero no les quiero hablar de aquella tragicomedia de una gasolinera de pueblo. Sería muy pobre. Un insulto. Intento expresar, algo frustrado, la sensación que supone leer sobre la muerte de Alfredo Landa para una generación que, tal vez, no entendía pero disfrutaba las películas en calzoncillos y el landismo de media tarde. Éramos niños, joder. Niños que reían porque sus padres reían, porque sus abuelas reían. Porque todos reían con el simpático gruñón.

Es demasiado inesperado. Como cuando te das un calambre al tocar a otra persona. No hay aviso, no hay prólogo. No hay nada: «Alfredo Landa muere a los ochenta años». Y yo, como tantos otros que veíamos la tele tumbados en la alfombra del salón, siento que muere algo que no sabía que seguía vivo. Nos hacemos viejos, y eso es una mierda. Pero solo el que aprehende que un día será viejo entenderá la similar trascendencia de ‘Los Santos Inocentes’ y ‘No desearás a la vecina del quinto’.

Alfredo Landa es un poco España. Es un poco todos nosotros, sepamos o no escribir su apellido. Siga dando guerra, señor Landa. Y descanse en paz.