Estaba con el café cuando un señor de barba y postín hizo un comentario sobre las noticias. La presentadora de televisión hablaba de ‘La gran familia española’, que se estrena hoy en todos los cines de España. El vídeo en cuestión era francamente cariñoso con la cinta y con Daniel Sánchez Arévalo, su director. Que si sus actores son muy simpáticos, que si llega impulsada por el anuncio de los Oscar, que si va a comerse la taquilla, que si cuenta con Antonio de la Torre… En fin, un alarde de piropos sin complejos. Todos silenciados por la frasecita del señor con barba y postín: «¿Familia española? ¿Española? Qué pesados».
El camarero, que es un prenda, le pregunta «¿qué?» El otro insiste: «Que seguro que hay mariquitas, traumas con la guerra y las mismas tonterías de siempre… Si es que el cine español es muy aburrido». El otro le dice que no, que cómo va a ser aburrido, que es una comedia sobre la final de la selección española de fútbol. Que le han dicho sus hijos que es buena. El señor refunfuña, sorbe el café y abre el periódico deportivo.
Primero pensé en que no hay manera, carajo, de quitarse la losa de ‘cine español’ como categoría hiriente. Y consideré, sin dar un segundo de tregua, que la gran competencia del cine patrio somos nosotros mismos. Ya saben, eso de que en casa del herrero cuchillo de palo y en el paseo de los Austrias una relaxing cup of café con leche. Pero, pocos minutos más tarde, caí en la cuenta.
¡Hablaban de una película española! Quiero decir. Vale que el inicio de la conversación era un prejuicio. ¿Y qué? El film de Sánchez Arévalo ha generado interés, para lo bueno y para lo malo. Ha conseguido robar protagonismo a Channing Tatum y Percy Jackson. Ha conseguido que la calle se interese por lo que ofrecen nuestras pantallas. ¿Recuerdan eso de que «que hablen de ti, aunque sea para mal»? Pues eso. Creo que vamos por buen camino. Y creo que tenemos por delante una preciosa temporada de cine español.