¿Y si el tipo que se fuma el puro no es una jodida broma? No sé, salimos a la calle o encendemos la televisión y ahí están: los que se fuman el puro. Esos que un día se sentaron en el sillón de su jefe, se quitaron las rodilleras, y empezaron a ser considerados por la sociedad. Un hombre hecho a sí mismo, decíamos. Un ejemplo de que la constancia y el trabajo dan sus frutos, ¡el éxito de un sistema!, subrayábamos. Y mirábamos hacía arriba, a lo alto de la pirámide, y allí estaban ellos, sentados sobre tronos de oro fumándose un puro. Líderes.
Un día cualquiera, una mañana con el café y las tostadas y todo lo demás, alguien anuncia que el tipo que se fuma el puro nos ha estafado. Primera persona del plural. Se ha reído en nuestra cara, ha robado nuestro dinero y lo ha utilizado para construir una torre de marfil. ¿Cómo es posible? ¿Un hombre tan recto, tan noble? Los tribunales no dejan lugar a dudas, le sentencian, paga una multa, sale a la calle, le entrevistan en prime-time y vuelve a su lugar, a su trono. A fumarse el puro.
Acepten por un momento la premisa: en este mundo hay dos tipos de personas, los que se aprovechan del resto y los que no. Así que si no están sangrando el bolsillo de su vecino, lo siento amigo, alguien lo está haciendo por usted. Con usted. Gracias a usted. ¿Tan terrible es nuestra sociedad? Vuelvan a la calle o a la televisión y escruten con minuciosidad las caras que ordenan nuestro dinero: sí, son siempre las mismas.
Martin Scorsese firma ‘El lobo de Wall Street’, una magnífica película que les hará reír a carcajadas, como hienas ante un festín. Un recital de depravación, decadencia y patetismo con el que es inevitable no colocarse, como si se tratara de una droga de diseño, provocando risas atolondradas y evasión de la realidad. Pero al final, cuando el efecto pasa, cuando la pantalla parte al negro, Scorsese se habrá colado en su cabeza: esto no es una jodida broma.