De repente, un par de ojos no son suficientes para ver lo que hay en el mundo. Salimos a comer y el plato de espaguetis pide una fotografía en Instagram, un compartido en Facebook, un tuit con la etiqueta #vida y una canción que confiese lo que sentimos en este momento.
Amanece, damos los buenos días al teclado y pulsamos ‘envíar’. Quedamos pendientes de la pantalla, a la espera de que el cristal devuelva la baliza, de que alguien sienta misericordia, repita el saludo y sepa que no está solo en el mundo.
El tactactac del teclado hace las veces de voz, nos entiende perfectamente y replica nuestras tonterías. A veces se calla, deja la pantalla en blanco, la línea en blanco, el cursor parpadeando sobre un blanco infinito, esperando una palabra que tenga sentido para nosotros y para todo el mundo que, a buen seguro, debe esta al otro lado esperando.
Porque esperan oír de nosotros, ¿verdad? ¿Qué sentido tendría todo esto, todos los muros, las líneas de tiempo, los hashtags, las etiquetas y las ventanas emergentes que interrumpen la conversación con una emoticono que se mueve y nos hace sentir queridos, sino es porque hay alguien al otro lado?
Cada me gusta, cada ventana, cada parte que la pantalla nos dedica es como un estrechón de manos, un logro sobre la popularidad y el cariño social.
El otro día vi en un parque a una pareja que hacía fotos de una flor para luego envíarsela el uno al otro, por Whatsapp, para confirmar su amor con un ‘doble checked’. Y personas que beben sorbos de café mirando la pantalla del móvil y ríen así: xDDD. Considerar que el café, que el ritual del café, sabe igual sin mirar a los ojos de otro me parece un insulto a la misma humanidad. Mirar el móvil antes y después de dormir, ya saben.
Somos esclavos de ella, de la pantalla, de la tecnología. Suyos. ‘Her’. ¿Por qué? Porque por mucho que avance la tecnología, por mucho que la ciencia del hombre evolucione a su imagen y semejanza, el hombre sigue buscando los mismos maravillosos errores desde el primer día: la locura del querer y del sentirse querido.
‘Her’, de Spike Jonze, es una catarsis obligatoria. Una preciosa historia de amor y soledad protagonizada por todos nosotros. (Sigue leyendo Her (II), de Spike Jonze)