Hace veinte años brotó una corriente educativa que sugería prohibir, con firmeza, la emisión de Bola de Dragón. Estos padres y profesores consideraban el anime creado por Akira Toriyama una apología de la violencia gratuita y de la mala educación que, sin duda, abocaría en convertir a los hombres y mujeres del mañana en salvajes sin remedio. Personas que arreglarían sus problemas con ondas vitales y que irían por ahí tocando genitales ajenos para descubrir si el ser que tienen delante es niño o niña. «¡Que nuestros hijos no vean esa basura!», decían.
Aquí estamos, veinte años después, sintiéndonos viejos al leer la efeméride: se cumplen treinta años de la publicación del primer número de Bola de Dragón en la revista Shonen Jump. Es imposible no reaccionar con cierta incredulidad al descubrir que Goku, Vegeta y compañía se han hecho viejos. Tan viejos, al menos, como nosotros.
Bola de Dragón es un lugar común al que nos referimos con nostalgia, como si fuera una figura poética de la infancia. Hagan la prueba, saquen el tema de conversación en un grupo de jóvenes cuyas edades ronden de los veinte a los cuarenta años, y verán como la charla se extiende en el tiempo, tanto o más que lo que dura un viaje a Namek. Hablarán de sus personajes favoritos, de arcos argumentales memorables, de los dibujos fotocopiados que se vendían en el recreo, de las películas… De aquellas meriendas viendo la tele.
Me aterroriza el tiempo. Que pase el tiempo. Que se cumplan otros treinta años y que otros, como nosotros, lean una efeméride de la época en la que crecieron. ¿Quiénes serán esos personajes que les fascinarán? Si nos atenemos a lo que se empeña en programar la televisión, es fácil: tronistas, grandes hermanos, cantantes frustrados, djs, tertulianos… ¿Dónde están ahora los padres que querían prohibir Bola de Dragón? ¿Por qué nadie piensa en las meriendas?
Vale. Sí. Hay canales alternativos. Está Hora de Aventuras, supongo. Y One Piece, Naruto y demás animes. Pero es que acabo de leer que hace treinta años nació Bola de Dragón y, de repente, me siento un viejo cascarrabias. Me siento Pilaf. Si tan solo encontrara la séptima bola…