Da la sensación de que la llegada del universo Marvel al cine y la televisión es cosa de hace una década. Más o menos. Y nada más cerca de la realidad. Es curioso cómo las campañas de publicidad basadas en el éxito nos han hecho olvidar, con una certeza notable, todo lo que hemos visto antes. Estamos hablando de sesenta años de series y películas. ¡Sesenta! Las primeras cintas en imagen real de ‘El Capitán América’ y ‘Iron Man’, la serie del Increíble Hulk, o las películas de Spiderman… las americanas y, claro, las japonesas que terminaban con Peter Parker convertido en un enorme robot que luchaba contra terroríficos kaijus. Luego vendrían numerosas series de dibujos animados, desde ‘Los asombrosos súper amigos’ a ‘Los Cuatro Fantásticos’, pasando por ‘Los X-Men’, entre otras muchas…
Quiero decir que Marvel, por mucho que ahora sea el paradigma de la riqueza audiovisual, ha trabajado mucho por conseguirlo. Cuesta imaginar que hace poco más de una década, la compañía de cómics estaba a punto de declararse en bancarrota. La gente no lee, no compra tebeos, los héroes de papel no son para el gran público, etcétera. La crisis del papel, ya saben.
La llegada del ‘Iron Man’ de Robert Downey Jr. supuso un cambio brutal en la caja de la compañía: sí, después de medio siglo de intentonas, el público estaba preparado para lo que querían contar. No significa que todo lo que haya hecho Marvel merezca un aplauso. De hecho, es más que lícito considerar que una parte importante de su producción nunca pasará los cánones de la crítica generalista. Pero, qué demonios: saben cómo divertirnos.
El hecho de que en los próximos diez años vayamos a tener más películas de héroes que en los últimos cincuenta convierte al derivado del cómic en un producto de moda. Algo que, por un lado, me preocupa. Las modas siempre destruyen el espíritu de las cosas. Pero, por otro lado, disfrutaremos mucho de esta locura. Hasta que se acabe. Y lo hará. Y será un final desagradable. Al tiempo.