El héroe andaluz

El tipo, elegante y carismático, tiene las muñecas atadas a la espalda. Se encuentra sentado en una silla de madera, visiblemente incómodo y con el rostro preocupado. Un puñetazo le revienta el pómulo izquierdo y una voz, rusa y grave, le exige que le cuente sus secretos. Él escupe en el suelo, aprieta las mandíbulas y desafía a su enemigo con la mirada. En un arrebato de rabia, el héroe consigue romper las cuerdas con un fuerte tirón para propinar, acto seguido, un brutal derechazo en el rostro del impasible esbirro, que cae instantáneamente fulminado. Victorioso, el tipo mira a cámara y dice…

a) «Te dije que te arrepentirías».

b) «No olvides mi nombre».

c) «No soy un soldado normal».

Hagamos un ejercicio de imaginación. Lean esas líneas en voz alta y, después, respondan a la siguiente pregunta:

¿Qué película les sugiere cada línea?

bond

¿Una aventura de corte clásico, como Indiana Jones? ¿Una de espías, como James Bond? ¿O tal vez una de superhéroes, como El Capitán América?

Bien. Vamos a repetir el ejercicio, una vez más. Pero esta vez, cuando lean las líneas del héroe, pronúncienlas con acento andaluz. Luego, respondan a la pregunta: ¿Qué película les sugiere cada línea?

En España, en un 90% de los casos, cualquiera de esos personajes con acento andaluz sería un secundario cómico. El 10% restante sería El Zorro o Curro Jiménez. Y el 100% de los españoles no andaluces pondrían un acento sevillano.

Miren ustedes. No. No hablamos igual que el resto. No todos los andaluces tenemos el mismo acento. Se entiende, claro, que cualquier hijo de vecino de una comunidad autónoma mucho más pequeña que Andalucía considere que no es tan grave la generalización, pero es que nuestra tierra es muy grande. Mucho. Sería como si cada vez que hablase un vasco en la tele tuviera acento gallego y los de Andalucía dijéramos que no es tan grave. O un extremeño que hablara con deje madrileño. Sí, nos molesta que nos traten a todos por igual porque no todos somos iguales. Fíjense lo rico que es el ‘andaluz’ que cada provincia tiene su particular y hermosa manera de pronunciar los sonidos. Su propia música. Melodías tan distintas, en algunos casos, como el gallego del catalán.

Pero ese, obviamente, no es el problema. El asunto de los acentos es un tema que se arregla viajando. Recorriendo Andalucía de punta a punta para descubrir todos nuestros acentos y, lo que es más importante, que tenemos un vocabulario frondoso y bastantes menos errores gramaticales que muchos otros que pronuncian las ‘eses’ con tanto brío.

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El problema es que, entre unos y otros, llevamos demasiado tiempo soportando la bromita. Los andaluces podemos ser limpiadores, humoristas, pobres, borrachuzos, becarios, catetos, bailaores, vagos… Pero nunca héroes. Las historias españolas relegan al andaluz a un constante segundo plano: nunca serán el empresario exitoso, ni el genio inventor, ni el sagaz detective. Los andaluces seremos, como mucho, el entrañable amigo que anima al protagonista a embarcarse en la aventura. Su Sancho.

¿Por qué? Porque hemos creado, entre todos, el personaje del andaluz. Un lugar común que es fácil de visualizar. Y que ya empieza a picar. El último caso, la imagen de Almería y los almerienses en la serie ‘Mar de plástico’, es una mera anécdota. Un granito más.

Entiendo que esto no es algo que se pueda cambiar de la noche a la mañana. Lo llevamos muy hondo. Muy asimilado. Sin embargo, no debemos olvidar el poder de las historias para influir en la sociedad. El hecho de que un andaluz se tome siempre a broma provoca imbecilidades del tipo “allí no se trabaja”, “allí no estudian”, “allí sólo saben beber y cantar”.

Y encima, por si fuera poco, cuando aparece un personaje histórico andaluz como protagonista serio, le ponemos un acento neutro, para no confundir.

Carajo.