El final de Juego de Tronos

Hay una conversación que me encanta. Suele empezar con que alguien dice que ya ha visto, por fin, el último capítulo de ‘Juego de Tronos’. Entonces, otro que no lo ha hecho, suplica silencio, que nadie diga nada, ojito con los spoilers y tal. Lo curioso es que siempre –siempre– aparece un tercero en discordia que aporta un pequeñísimo guiño a la conversación que enciende la chispa. Por ejemplo: «Me gustó mucho el último, muy épico».
-¡Que os he dicho que no digáis nada!
-¡No he dicho nada!
-¡Has dicho que te gustó!
-Ya, vaya, te he jodido la serie entera…
-¡Y has dicho que es épico!
-Macho, no exageres…
-¡Que no digáis nada, leche! Y nada es… ¡nada!
Al último «nada» le sigue un silencio abrumador que dura unos segundos. Lo que tarda en tomar aire el que inició la conversación y soltar la siguiente línea:
-Todavía te recuerdo lo de ‘Homeland’…
-Lo de ‘Homeland’ fue sin querer.
-Sí, pero bien que dijiste lo que te dio la gana y nadie te chilló.
-No es lo mismo.
-¿Ah no?, ¿por qué no, si se puede saber?
-Porque Brody… fue sin querer.
-Pues sin querer te voy a contar lo que pasa al final de ‘House of Cards’, mamón.
La ira se mastica, el aire pesa y las palabras toman consistencia. El ambiente idóneo para el clímax, mi momento favorito, la voz que resuena y cierra la discusión de un plumazo. Con autoridad y orgullo. El tercero en discordia:
-Como no os calléis ya os digo el final del quinto libro, pesado
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Birdman, de Hanna-Barbera a González Iñarritu

«¡Biiiiiiiiiiiiiiiiiiiirdman!» No recuerdo más: un hombre con mallas amarillentas y unas alas similares a las de los hombres halcón de ‘Flash Gordon’. Desconozco por qué podía volar, cuál era su historia, qué pasaba en esos dibujos animados o si era, en realidad, un ‘inception’ realizado por algún director de cine mexicano. Sólo tengo una imagen borrosa de un hombre pájaro, unas letras en la pantalla y el grito descosido del héroe: «¡Biiiiiiiiiiiiiiiiiiiirdman!»

A poco que busques en la Red descubres que sí, que ‘Birdman’ existió. Se trata de una serie de dibujos animados de Hanna-Barbera, estrenada en septiembre de 1967. «El programa consta de dos segmentos: Birdman, que representa las aventuras de un superhéroe alado que se alimenta con la energía del sol, y el Trío Galaxia, centrado en torno a las hazañas de tres superhéroes extraterrestres», wikipedia dixit.

Hay más. Treinta años más tarde, Cartoon Network dio un profundo lavado de cara al personaje y lanzó la serie ‘Harvey Birdman, Attorney at Law’, en la que el antaño héroe intenta rehacer su vida como un abogado del estado… ¡¿Cómo no podía conocer esta genialidad?!

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Pues aún hay más. La próxima película del mexicano Alejandro González Iñarritu (‘Babel’) se titula ‘Birdman’ y, aunque dice no tener nada que ver con el personaje original, recuerda mucho, muchísimo, al hombre alado de Hanna-Barbera y Cartoon Network. Lo cierto es que es un giro más de tuerca: La historia de un actor (Michael Keaton) conocido por interpretar a un famoso superhéroe quien, el día antes del estreno de una obra en Broadway, cuyo montaje le ha costado dios y ayuda, reexamina su vida y su relación con amigos y familia.

El primer tráiler de ‘Birdman’ ha visto la luz esta semana y me tiene encantado. Una de esas películas raras por las que estás deseando pagar tu entrada. Sumen, además, al resto del excepcional reparto: Zach Galifianakis, Edward Norton, Andrea Riseborough, Amy Ryan, Emma Stone, y Naomi Watts… En fin: «¡Biiiiiiiiiiiiiiiiiiiirdman!»

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Magic, la película

Les confesaré que nunca aprendí a jugar. Que me gasté muchas pesetas en paquetillos de cartas. Que lo que más me gustaban era sus dibujos de magos y demonios y bichos fantásticos. Y que mi verdadera obsesión por aquel juego tenía su origen en un comentario que escuché en la tienda de cómics: “Hay algunas cartas que valen miles y miles de pesetas, ¡si te tocan puedes venderlas por un pastón!” Sea como sea, si vivieron el ‘frikerío’ de los noventa recordarán cómo, una buena mañana, sin venir a cuento, todo el universo giraba entorno a ‘Magic: The Gathering‘.

Es curioso, porque con el paso de los años me he hecho muy aficionado a todo tipo de juegos de mesa y de cartas, pero lo cierto es que ‘Magic’ no me enganchó. El fervor llegó a ser tal que era fácil encontrar a grupos de jóvenes en patios, bancos y otras mesas improvisadas, haciendo melés alrededor del mazo de cartas. Supongo que -y perdonen la osadía- fue lo más parecido al fenómeno que, años más tarde, traería Pokemon a los recreos de todo el mundo.

‘Magic’ conquistó las vitrinas de las tiendas de cómics y juguetes en 1993 gracias a su aroma a épica medieval, dragones, espadas, hechizos místicos y poderes demoníacos. Viendo el éxito de la saga de ‘El señor de los anillos’ en el cine, que el film del videojuego ‘Warcraft’ ya está en preproducción y que ‘Juego de Tronos’ ha abierto la fantasía a un público más amplio, era cuestión de tiempo que alguien hiciera las cuentas: ‘Magic’ tendrá película.

El proyecto está en manos de Bryan Cogman, precisamente uno de los guionistas, productores y editores de ‘Juego de Tronos’ para HBO. Él será el encargado de reescribir el guión que su productor, Simon Kinberg (‘X-Men: Días del futuro pasado’), esbozó en unas hojas para convencer a los gerifaltes de Hollywood.

¿Volverá la fiebre por el ‘Magic’ a los patios del ‘frikerío’ patrio? ¿Estamos ante la nueva saga de moda llamada a sustituir el hueco que dejará ‘El Hobbit’? Pues no sabemos. Por si las moscas, vamos a revisar las cajas de la buhardilla, vayamos a que aún pululen por ahí las cartas y que alguna, con el paso del tiempo, se haya convertido en un tesoro pesetero.

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El tonto de Dos tontos muy tontos

La primera escena del tráiler de ‘Dos tontos muy tontos dos’ me provocó dos risas. La primera por el chiste, memorable. La segunda, un poco nerviosa, al escuchar atentamente la pregunta de Jeff Daniels a Jim Carrey: «¿Llevas veinte años fingiendo que estás loco?» Veinte años. ¡Veinte! A cualquier niño que le diga que la primera parte no es tan vieja –o que no me lo parece a mí– me miraría con cara de loco. Y de viejo. Sea como sea, ‘Dos tontos muy tontos’ (Peter Farrelly, 1994) es una de esas comedias que me llevaría a una isla desierta. Además, sucede como con tantas otras películas que vimos de pequeños, que primero nos hicieron risa por una razón y, pasado el tiempo, empezamos a pillar los chistes de verdad. Ya ven, siempre hay dos risas.

Aprovechando que hablamos de tontos, me gustaría subrayar la figura de uno de los mejores cómicos –quizás actor– que nos ha dado el cine y que, sin embargo, no ha obtenido el reconocimiento que merece: Jim Carrey. Aunque tengo especial predilección por dos de sus trabajos (‘El Show de Truman’ y ‘Olvidate de mí’), Carrey me hace gracia incluso cuando no la tiene. Mira que ha hecho películas malas, malas con solemnidad, pero en veinte años no ha aparecido ningún actor que derroche tanta originalidad concentrada en un rostro.

El cine siempre ha sido injusto con los cómicos. No sé quién fue el estúpido que consideró que hacer reír era una tarea menor, que no era merecedora de un Oscar. Lo que no deja de ser curioso ya que, estoy convencido, un intérprete que domina el humor –el humor con mayúsculas– también puede hacernos llorar. Al revés, sin embargo, es muy improbable.

Hay ganas de ver ‘Dos tontos muy tontos dos’, regreso de Farrely tras las cámaras que llega con un fantástico aroma a ‘Mercenarios’ de la carcajada. No me extrañaría que la película viniera acompañada de otras secuelas: ¿’Ace Ventura’, ‘La Máscara’? El tiempo pasa muy rápido…

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Inaninación

El garabato parecía un renglón torcido de Dios. Pero visto a su altura, con sus ojos, con los ojos de un niño de cinco años, el gigante cabalgaba sobre un dragón imponente. En cierta manera es magia. Como la que hace un mago sobre un tapete verde o el director de cine que convierte dos planos ajenos en una única secuencia. Y es magia porque no se ve nada hasta que él, el niño, lo verbaliza. Quiero decir. Allí hay rayones que suben y bajan, líneas que aprietan unas a otras en un caos imposible donde no se sabe qué llego antes, el blanco o el color. Pero entonces, a poco que preguntes, el niño habla y las cosas se hechizan. Los caóticos impulsos se ordenan delante de tus ojos, como cuando las cartas rojas se hacen negras de repente, y todo forma parte de un magnífico encuadre donde no sobra ni un color ni un tachón ni un blanco del papel. Allí, donde antes no había nada, hay un gigante que cabalga sobre un dragón.

Debe tener un nombre científico. Uno de esos términos pomposos que describen la pérdida de la imaginación en favor de una razón científica que no acepta discusiones y acalla los impulsos. Si no lo tiene, nombre, digo, debería conocerse como ‘inaninación’, forzada unión de ‘inanición’ e ‘imaginación’: hambre de crear. Creo que sufrimos de una fuerte, profunda, inconsciente y sangrante ‘inaninación’.

Cuando el niño enseñó el dibujo a sus padres sólo recibió risas. No sonrisas cómplices o sonrisas impresionadas o, incluso, risas sorprendidas. No. Risas. Jajajaja. Y un comentario: «cualquiera entiende al niño». El chaval, confuso, se dio la vuelta, abandonó los rotuladores y se sentó en la silla del bar a seguir la interesantísima conversación de los adultos sobre la operación estética que se iba a realizar su madre, lo guapa que se iba a quedar, decía el padre, y los ánimos que recibía por parte de las amigas, que jaleaban con vítores del tipo «si yo pudiera también lo haría», «sé valiente, seguro que merece la pena». «Ya verás en la playa».

Lo peor de todo es que nadie prestó la atención que merecía aquel gigante que cabalgaba sobre un dragón. Y que si alguien más se sintió dolido por la escena, no hizo nada. Nadie se levantó, cogió el dibujo e invocó al mismísimo Crom para que se deleitara con aquella genialidad. El bar dio un sorbo común a sus cervezas y mordió su tapa. Pero nada, todos hambrientos: pura inaninación.

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