Una de las barreras más importantes que se pone el propio espectador para disfrutar de ‘otro cine’ es ‘la realidad’. Seguro que han escuchado a alguien decir que “esa película no la veo, que para dramas ya tengo el día a día y los informativos”. Y suelen añadir: “Además, para una vez que voy al cine, me apetece algo que distraiga”. Un razonamiento respetable, pero que, a veces, nos impide ver lo bueno que podríamos sacar de esas historias desterradas.
En las últimas semanas han llegado a la cartelera dos estrenos que beben directamente de la crisis: ‘Margin Call’ y ‘Cinco metros cuadrados’. Ambas cintas han sido estrenadas casi de extranjis, con una distribución mínima y unos horarios leoninos. Siguen la estela de ‘Inside Job’ y ‘Company Men’, películas, las cuatro, que rebuscan con el dedo en la llaga de la economía, el trabajo o la vivienda. Historias con las que, probablemente, nos sintamos identificados. Interpelados, al menos.
Ya sea a través de la reflexión o la empatía, estas películas ofrecen al espectador una vía de escape inspiradora que pueden ayudar a derrumbar sus muros particulares. Estoy convencido de que no son horas de ocio desperdiciadas en un mundo repleto de angustias que suben y bajan en una tabla de Wall Street. De hecho, lamento profundamente que el público en general adopte una posición defensiva con estos filmes y no vea el regalo que sus respectivos directores hacen: nos convierten en protagonistas. Esos actores interpretan nuestra realidad.
Pudo ser un filósofo, un tertuliano o un sobre de café -o puede que me lo vaya a inventar-, no recuerdo, pero alguien dijo que la mejor manera de reciclar el mundo es volver imaginarlo. Denle una oportunidad a las historias que sabemos palpar… “Lo siento por interrumpir, sólo he venido a preguntar. Me dicen que soy infeliz, ¿qué puedo hacer por mejorar? ¿Hay tiempo para imaginar mi mundo que es mi realidad?”