Predator: Dark Ages

Lo de las ‘películas fan’ está pasando a un nivel de profesionalidad impactante. No se pierdan el trabajo de James Bushe y su equipo: ‘Predator: Dark Ages’, en el que un grupo de cruzados y caballeros templarios se enfrentan a un Depredador. Brutal.

Chuache en 3D

Aprender a escribir su nombre es mayor hazaña que cualquiera de las explosiones, decapitaciones o trepanaciones que provocó en sus años mozos: Arnold Schwarzenegger, posiblemente el apellido que más veces se ha escrito bajo la técnica de ‘control c, control v’. Aunque también goza de un amplio repertorio de diminutivos cariñosos del tipo ‘Chuache’, ‘Chochi’, ‘Arnaldito’, ‘Governator’ y, en sus círculos más cercanos, ‘el tipo que dejó la economía de California en la basura’ -a pesar de haber renegado de un sueldo anual 175.000 dólares porque no lo necesitaba, todo sea dicho-.

El caso es que el vecino de Cimmeria, el hacker de Skynet, el espía que se acostaba con Jamie Lee Curtis, vuelve al cine. Sí, amigos, ¿lo dudaban? Después de sus años en política, el morbo de ver otra vez al musculitos en acción ha conseguido que los productores hollywoodienses se froten las manos cual moscas sobre un buen montón de… azúcar. Supongo que esperan repetir los éxitos cosechados en taquilla por su colega Sylvester Stallone.

Ayer, por fin, Chuache se pronunció ante las preguntas de unos insistentes periodistas: ¿Volverá a ser Terminator? ¿Matará algún Depredador? ¿Correrá por su vida en un reality? “Bueno, estoy estudiando quince posibles guiones y, entre ellos, están ‘Terminator’, ‘Depredador’ y ‘Perseguido’. Y también voy a interpretar a un personaje de cómics, que anunciaremos a principios de abril”.

Hay que ver, dos frasecillas de nada y Arnaldito me tiene inquieto. No les voy a negar que me encantaría verle en la segunda parte de ‘Los Mercenarios’, a fin de cuentas esa ‘saga’ es un género fílmico en sí misma (viejas glorias con ganas de casquería). Pero la sola idea del resto de remakes o, tiemblen conmigo, un papel tipo Mr. Freeze en ‘Batman y Robin’ (incomprendida joya de la filosofía nórdica), me llenan de congoja. Y, encima, seguro que en 3D.

Predators

En este verano que ya huele a caduco, el cine yanki se ha empeñado en que volvamos a disfrutar de la vieja escuela ochentera de las películas de acción. Y, dicho sea de paso, un servidor lo agradece. No tanto por los remakes innecesarios (‘Karate Kid’) como por los más que honrosos intentos por hacer cintas de acción sin ninguna aspiración filosófica, ni guiones rimbombantes, ni escenas repletas de pantallas verdes. Han vuelto a la base.

‘Predators’, al igual que ‘Los Merceranarios’, no engaña. Es ese tipo de película que en el noventa por ciento de los casos no gustará a las niñas y sí a los niños. Así de simple. ¿Por qué? Porque no guarda elementos sorprendentes, escenas bellas o ideas entrelazadas. Es fácil: ocho tipos duros caen en una selva sin recordar cómo han llegado allí. De buenas a primeras, unos bichos enormes empiezan a darles caza para matarles uno a uno, al estilo ‘depredador’. Lo que viene después, se lo pueden imaginar: carreras, explosiones, disparos a bocajarro, cabezas cercenadas…

Después de casi treinta años del primer Depredador de Schwarzenegger, no todo iba a ser igual. Hay que adaptarse a los tiempos que corren. Ahora los músculos bestiales no se llevan. El protagonista, Adrian Brody, parece un tirillas al lado de ‘Terminator’, pero da el pego. Además, en esta ocasión hay un personaje femenino entre los héroes. Vamos subiendo.

Destacan el inenarrable Dany Trejo -que pronto estrenará su propia película ‘Machete’- y Lawrence Fishburne, que además de haber ganado unos kilitos desde que fuera ‘Morpheo’ en Matrix, hace uno de los peores papeles que le recuerdo. Pero cuánto me he reído a su costa. Para los amantes de las mezclas inesperadas, Nimród Antal y Robert Rodríguez nos deleitan con un duelo de samuráis entre un depredador y un yakuza. Lo mejor de la película.

Depredador (Bis)

Saben el chico aquél que nos sacaba varios dedos? Sí, el chaval que todos admirábamos porque fue el primero en tener pelos en las piernas y por ser considerablemente más grande que el resto. El que en las fotos de Sexto de Primaria hacía a los padres preguntar “¿quién es el profesor, el de la izquierda o el de la derecha?” El tipo con el que nunca hubieras deseado pelearte y con el que, sin embargo, te gustaba ir a batallar al patio del colegio. Bien. Ese chico, para nosotros, era Javi. Javi Bis (su apellido se repetía, de ahí el ‘bis’).

Javi Bis era el más grande de la pandilla de amigos. Además de por su constitución muy adelantada a su tiempo, para nosotros siempre tuvo un cierto aire a Schwarzenegger. Una comparación nada rara teniendo en cuenta que tanto nuestra infancia como la adolescencia estuvieron marcadas por sábados de cine y meriendas en el McDonald. Las películas, por lo general, cumplían con el estereotipo de acción a raudales y adrenalina desbocada: ‘Demolition Man’, ‘El último gran héroe’, ‘Jungla de Cristal’, ‘Arma Letal’. Ya saben.

Recuerdo perfectamente que, siendo aún muy niños, un lunes, Javi Bis llegó emocionado a clase. Había visto una película que le había fascinado. Una de esas ‘no recomendadas para menores de 18 años’ que todos teníamos en la lista de ‘cosas que hacer antes de cumplir 18 años’. “Chicos –dijo-, he visto ‘Depredador’… ¡Flipante!” El resto, como los muñecos verdes de Toy Story, atendimos embobados a su minuciosa descripción de cada escena, impresas con todo lujo de detalles en su retina infantil.

Obviamente, vimos Depredador bastante antes de los 18. Y, claro, la experiencia de aquella primera vez no se acerca a las sensaciones que podría experimentar hoy. Ahora, con el estreno de la nueva versión abanderada por Robert Rodriguez y protagonizada por Adrien Brody, siento que hemos perdido aquella ilusión por ver algo distinto. Una especie de decepción o añoranza del que sabe que hace tiempo dejó de ser inocente. Nada que ver con lo que sucedió con Javi Bis, cuando después de varios años tomando Petitsuises, le pudimos mirar a los ojos, de tú a tú. Era grande por fuera. Y enorme por dentro.