La piratería, sin pudor

Hubo un tiempo en el que la piratería era una actividad de los bajos fondos. Los de mi generación recordarán el secretismo con el que se extendía el rumor de que Fulanito se había comprado una copiadora de cedés. Sabedores de que había algo que no era legal –de que era algo que los padres no debían saber– pedíamos de contrabando el último disco de U2 o recopilatorios de videojuegos de ordenador. Luego, mucho más tarde, llegarían las películas y las series… Pero aquellos días fueron, sin duda, el germen de lo que tenemos hoy: la normalidad. Dos ejemplos.

Primero. Hace un par de días entré a una cafetería a desayunar y me encontré en las pantallas del local el final de ‘Fast and Furious 7’. Obviando el hecho de que es una manera fabulosa de estropear por completo la película al que no la ha visto, me quedé asombrado por la normalidad que se respiraba en el ambiente. Decidí hacerme el tonto y preguntar al camarero «en qué cadena estaba echando la película». Él, en un tono muy conciliador, me respondió: «No, hombre, esta película es mía y todavía está en el cine. Todavía queda mucho para que la echen en la tele».

Segundo. Me monto en un taxi y veo que el conductor tiene su móvil encajado en el hueco del volante, apoyado sobre la carcasa. En la pantalla, el ‘Francotirador’ de Clint Eastwood. Llevará unos veinte minutos. «A la estación de buses», le digo. A lo que él, con tranquilidad, pulsa la pantalla para que se pause la reproducción y me sonríe: «¡Vamos!»

Que hayamos normalizado la piratería a estos niveles es culpa nuestra. De todos. Y aunque ya se vean nuevas luces, no saldremos de esta hasta que normalicemos que la piratería es un delito. Que es algo que avergonzaría a nuestros padres. Y, sobre todo, a nuestros hijos. Falta pudor.

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Otras treinta monedas de oro

Dos mil años más tarde, ¿quién no traicionaría sus principios por treinta monedas de oro? Recuerdo ahora el rostro descompuesto de Michael Keaton mirando fijamente a la cámara en los últimos instantes de ‘Birdman’. Su mirada es la mirada de un hombre muy humano: uno como tantos, frustrado por haber aceptado el soborno de una vida mejor, ansioso por devolver las monedas haciendo «algo bueno».

La mañana en que el profesor de Música nos puso ‘Jesucristo Superstar’ (antes de las vacaciones de Semana Santa), nos preguntó quién creíamos que era el protagonista de la película. Todos, alumnos modélicos de un colegio religioso, respondimos que Jesús era el ‘Superstar’. «Pues no», dijo, «el protagonista es Judas». ¿Judas no es el malo?, preguntamos. «Judas es el malo. Y el bueno. Y el protagonista».

Es como cuando el protagonista de ‘Whiplash’ acepta pervertir todo su alrededor con tal de ser el mejor batería del mundo. Acepta el desprecio a su familia, la marcha de su novia, la soledad del éxito… todo por escalar en las lecciones de su maestro. O como cuando la bella Felicity Jones enfrenta la genialidad de su marido, Stephen Hawking, al gozo de una familia ‘normal’ en ‘La Teoría del Todo’. Incluso el ‘Francotirador’ de Eastwood vende su alma en los primeros minutos de la cinta, con un certero disparo a un niño que se sabía de los buenos.

Judas aceptó treinta monedas de oro un miércoles que todavía no era ni santo ni día del espectador. Curioso que sea él, el más humano del relato, el que protagoniza la traición. De vez en cuando pienso en las muchas veces que habré aceptado esas treinta monedas. Y en las pocas que habré deseado rehacerme con «algo bueno», como Birdman.

Bah, quizás sea mejor vivir como Groucho y ganarse otras treinta monedas. Total, es lo que la tele nos enseña:«Estos son mis principios, si no te gustan tengo otros».

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El Francotirador (y II): los tres debates

Pasados diez minutos, ‘El Francotirador’ (ya saben, mucho más acertado el título original, ‘American Sniper’) inicia una narración bélica que pasa de ‘La chaqueta metálica’ (Stanley Kubrick, 1987) a ‘La noche más oscura’ (Kathryn Bigelow, 2012). Clint Eastwood profundiza en un personaje real que caló en la sociedad americana hace poco más de dos años: Chris Kyle. Este soldado, comprometido a sangre con su país, se ganará la admiración del ejército estadounidense por ser el francotirador que más muertes sumó en el campo de batalla. Su apodo, ‘La Leyenda’.

‘El Francotirador’ provoca, inevitablemente, el debate. ¿Es lícito convertir al soldado con más muertes en un héroe, en un emblema del cowboy moderno americano? ¿O es, por contra, un relato crítico con la sociedad y un recordatorio de las verdaderas raíces de los Estados Unidos? Más allá de la polémica, la cinta de Eastwood me resultó entretenida: acción rodada con pulso y una interpretación, la de Bradley Cooper, absolutamente memorable. El actor lleva tres años seguidos llamando a las puertas del Oscar y, de seguir así, no tardará mucho en acceder al parnaso.

El ambicioso proyecto del director de ‘Gran Torino’ juega con dos elementos, con dos ambientes, que eran difíciles de combinar: la grandilocuencia de la guerra americana y el intimismo del fracaso americano –ahí lo tiene, otra vez, lo americano–. Eastwood tiene un talento innato para convertir lo general en particular, y viceversa. Un talento ideológico y formal que lleva al extremo.

Si no conocen la vida de Chris Kyle, no la lean. Vayan al cine. Y luego infórmense del asunto. Porque ahí tienen otro debate más que interesante: ¿Manipulamos la Historia para favorecer al espectáculo? ¿No deberíamos dejar reposar la memoria, dejar pasar los años?

Ah, bueno, y quizás la mejor charla de todas para cuando termine el film: ¿Era necesario ‘ese’ bebé? (cuando lo vean, ya sabrán a lo que me refiero).

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El francotirador (I): la religión

Tras meses evitando leer artículos que explicaban por qué ‘El francotirador’ es, en realidad, un panfleto militar a la vieja usanza, me encuentro con una película en la que, creo, Clint Eastwood consigue justo lo contrario. Los diez minutos del prólogo, brutales, sirven para justificar el título del film. Que no es ‘El francotirador’. Es ‘American Sniper’, el francotirador americano. La palabra faltante, americano, es fundamental para entender el relato del soldado Chris Kyle (Bradley Cooper).

Americano: amante de las armas, cazador innato, creyente en Dios y protector del mundo de la tiranía y la opresión del mal. Sí, americano, esa es la más fuerte de las religiones del país más poderoso del planeta: el ser americano. Un buen americano lucha por su país y defiende su religión hasta la última gota de sangre. Sí, americanos, cowboys modernos que se refieren a Faluya como el nuevo Oeste. Americanos, esos que dejan que Dios dispare por ellos el fusil y dibujan a los enemigos como villanos de cómic.

Diez minutos. Desmenucen los diez primeros minutos de ‘El francotirador’. Analicen lo que le pasa a Chris Kyle en tan poco tiempo y las razones que le llevan a desenfundar la pistola. Sí, Chris Kyle es América, el francotirador es la cruda imagen de una religión cegada de sí misma. Un tipo que quiere hacer el bien pero que, en realidad, no sabe nada. Está cegado por lo que han dicho que debe hacer un americano. Una víctima. Un feligrés.

Por otro lado, yo no soy americano y no comulgo con su religión. No siento las barras y las estrellas y, tal vez por eso, vea una fuerte crítica y un profundo lamento en ‘American Sniper’. Quizás por eso, porque ningún americano practicante ve lo hiriente de esos primeros diez minutos (tal vez el mismo Eastwood no lo vea), se haya considerado un panfleto militar.

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