¡Marty, tenemos que regresar!

‘El legado de Bourne’ y ‘Prometheus’, a priori, no tienen nada que ver. Acción y suspense contra ciencia ficción y una evidente apuesta por el espectáculo visual. Y, sin embargo, guardan un triste punto en común: ambas focalizan sus esfuerzos en una historia inacabada, frustante, que se conforma con apuntar a una nueva secuela.

Si echan la vista atrás -a otras sagas, a otras épocas-, verán que las películas terminaban. Los directores se concentraban en contar una historia y, al terminar, dejaban una pequeña pregunta en el aire que guardaba una respuesta inesperada que veríamos, encantados, años después. Imaginen, por un momento, que ‘Regreso al futuro’ (una de las mejores sagas de la historia, sin duda) se rodara hoy. Probablemente, conoceríamos a Marty Mcfly, un travieso adolescente de Hill Valley que para impresionar a Jennifer, el amor de su vida, se cuela en la casa de un científico loco. Al final de la película, después de una insoportable escena romántica, el científico, Emmet Brown, le diría a Marty que puede viajar en el tiempo… ¿Ven por dónde voy?

Una Guerra de las Galaxias en la que Luke Skywalker no abandona Tatooine hasta el final de ‘Una nueva esperanza’. Un Karate Kid en el que Daniel San termina conociendo a Miyagi. Un Indiana Jones que en vez de partir en busca del arca perdida, vemos sus años preparando la tesis. Rocky decide que quiere ser boxeador. Woody y Buzz descubren que tiene vida. John Hammond crea la fórmula para hacer dinosaurios…

Pues así es -casi todo- nuestro cine moderno, pensado para el gran público. Para sacar más cuartos al gran público. Si les gustó ‘Prometheus’ o ‘El legado de Bourne’, no puedo ni quiero llevarles la contraria, de hecho, les envidio por haber disfrutado de ambas películas. Pero si hacen un ejercicio crítico, frío, ¿no creen que son guiones vacíos, desangelados, sin perspectiva? Por más que me pese, veo una producción mecánica, diseñada para, quizás, al estrenar la tercera entrega, haya una historia que contar.

El legado de Bourne

‘El legado de Bourne’ sería un fantástico prólogo de una película de verdad. Una película como las que se hacían antes -las tres primeras entregas de la saga, sin ir más lejos-, con un principio, un nudo y un final coherente. Una película que persiguiera una idea concreta y clara, defendida con pasión y ambición. Una película donde sus protagonistas no cayeran en la amarga rutina del mercenario que cobra por correr delante de la cámara. Una película, al fin, que honrara el origen más puro, básico e indivisible del cine: el guion.

A ver. La nueva entrega de Bourne es, en su mayor parte, entretenida. Vale. Hay saltos, explosiones, carreras asfixiantes y algo de incertidumbre entre disparo y disparo. Pero es tan grande el descontrol, lo inconexo entre lo sucedido y lo que va a suceder, la falta absoluta de un rumbo, que el final llega calzado con una paupérrima ambición narrativa, y que esto no es más que un preámbulo a la siguiente entrega, que la sensación de estafa es inevitable. Estafa entendida como mero espectáculo de luces y sombras sobre un escenario vacuo. Inerte. Un ejercicio de marketing.

Aaron Cross (Jeremy Renner) es el sucesor de Jason Bourne. Un soldado física y mentalmente superior al resto, que se ve envuelto en una trama internacional tras los hechos acontecidos en la trilogía original. Pese al cambio de reparto, Tony Gilroy, el director, mantiene la estructura y busca una conexión directa con las aventuras de Bourne. Sin embargo, mientras el objetivo de ‘El caso’, ‘El mito’ y ‘El Ultimatum’ estaban bien definidos, en esta ocasión no es más que una excusa para rodar una entrega más. El objetivo es no terminar -algo similar a lo que pasa con ‘Prometheus’-.

Y si analizamos el entretenimiento por el entretenimiento, también hay grandes lacras: diálogos cargantes e interminables, una duración excesiva y una escena final que termina convirtiéndose en una parodia de sí misma.

Hay opciones peores para una calurosa tarde de verano. El problema es que cada vez es más difícil encontrar una mejor.

Temporada 'Hype 2012'

Se abre la veda, comienza la temporada ‘Hype 2012’. ‘Hype’, ya saben: fenómenos cinematográficos que crean una expectativa tan descomunal que el universo friki los encumbra antes de verlos. Estas películas, además, cumplen la siguiente fórmula: trailers, campañas virales en Internet, imágenes recurrentes en revistas, marquesinas y pegatinas de chicles. Así, las mentes débiles quedan prendadas con un espíritu consumista que les empuja a comprar las entradas para la primera sesión disponible, sin mediar raciocinio (verano, cuatro de la tarde, esas cosas). Dicho lo cual, me muero de hype por:

6 de julio, ‘The Amazing Spiderman’. El retorno de su amigo y vecino Peter Parker bajo la batuta de Marc Webb (‘500 días juntos’) y el buen hacer de Andrew Garfield (‘La Red Social’). Prometen un Hombre Araña más oscuro, más intenso, más ‘Begins’.

13 de julio, ‘El Dictador’. Sí, qué pasa. Sacha Baron Cohen (‘Bruno’, ‘Borat’) tiene una legión de fieles seguidores de su humor basto, cruel e irreverente. Ahí estamos.

20 de julio, ‘El Caballero Oscuro: La leyenda renace’. Christopher Nolan cierra la saga. No hay nada que puedan decir para subir o bajar el Hype. Es hype nivel maestro.

13 de agosto, ‘Prometheus’. Para cuando llegue la fecha del estreno en España, habrá miles de espectadores que se plantearán verla en el cine o descargarla en calidad DVD. No les culpen, consecuencia de estrenar las películas con gancho casi tres meses más tarde.

17 de agosto, ‘El legado de Bourne’. Jeremy Renner (‘Los Vengadores’, ‘Misión Imposible 4’) sustituye a Matt Damon en una de los thrillers modernos más interesantes de la última década. Muy prometedora.

24 de agosto, ‘Los Mercenarios 2’. La pregunta se hace obligatoria: ¿Es una parodia de sí misma o es la mejor película de la historia -estoy exagerando, no se alteren-? Ver a las viejas glorias en el trailer (Schwarzenegger, Stallone, Willis, Van Damme, Norris…) ya emociona.