Leer, ver y versionar

Vivo con el miedo de leer un libro que termine siendo una adaptación más. Los trasvases de la literatura al cine son la prueba fehaciente de la falta de imaginación que adolece el sector. Y también, claro, de cómo los libros -esos objetos ancestrales llamados una y otra vez a desaparecer bajo el yugo de la última tecnología- nacen en un mundo infinito.

La relación íntima entre un lector y un libro es una experiencia única que no puede extrapolarse a ninguna otra persona. Por mucho que las palabras, las líneas, los diálogos y capítulos sean los mismos, mi libro nunca será tu libro. Mi libro siempre es único. La clonación es imposible. El problema está en que el interés -y por tanto, los ingresos que generan- por pasar páginas es inversamente proporcional al de ponerse unas estúpidas gafas en 3D. Y si una novela vende ‘x’, la película conseguirá una caja exponencial.

No tengo problemas con que se hagan versiones cinematográficas de una novela. Siempre y cuando el objetivo sea contar la historia con otras herramientas y no forzar un movimiento de masas. ‘Big Fish’, por ejemplo, es una película adaptada al cine que goza de una salud formidable. Mientras que la novela es simple y poco ambiciosa, con capítulos que parecen pequeños cuentos infantiles, la película mantiene una línea argumental que engancha las fantasías de su protagonista con la imaginería de Tim Burton.

‘Harry Potter’, al otro lado, vive de la desmesurada pasión por una saga literaria que ya se sabía que daría mucho dinero, haciendo de las películas una triste sucesión de ‘cortar y pegar’ que no guarda ningún sentido para los que no hayan leído el libro.

Como les decía, ayer terminé ‘La Fortaleza de la soledad’, de Jonathan Lethem, una novela muy cinematográfica sobre dos chavales que crecen entre cómics y traficantes de droga. Conforme lo instalaba en la estantería me hacía la pregunta: ¿te dejarán dormir en paz?

Harry Potter y la maratón de la muerte

No soy muy devoto de Harry Potter. De hecho, todo lo contrario. Al menos de las películas, que me parecen horrendas, de los libros no puedo hablar. Aunque, a juzgar por las respuestas que me dan los fieles de Hogwarts cuando digo que las aventuras del mago me parecen de un sinsentido incalculable, se ve que los filmes tienen que estar muy mal hechos porque de lo que yo entiendo a lo que se supone que ha pasado hay un abismo.

El tema está en que, con el estreno de ‘Harry Potter y Las Reliquias de la Muerte (parte II)’ -la virgen con los titulitos- el próximo 15 de julio, se están organizando maratones de la saga protagonizada por Daniel Radcliffe (me he ahorrado el adjetivo, iba a decir que era un soso, pero mejor me lo guardo para los paréntesis, que parece que pica menos) para ver todas las películas realizadas desde 2001. Diez años de caja.

A ver, que yo fui a la maratón de El Señor de los Anillos cuando estrenaron ‘El Retorno del Rey’ y me pasé todo el día metido en la sala -fue alucinante-. Pero, con todos los respetos, ni Harry Potter tiene el talento que derrochaban los de la Tierra Media ni hay alma que aguante todas seguidas. Del tirón. Para algunos -alzo la mano-, aguantar una sola ya es un suplicio -con la honrosa excepción de la primera, que me pareció francamente divertida-.

Por aquí, me consta que Kinepolis le ha puesto dos dedos de frente al asunto y que ha fraccionado la maratón en seis días: miércoles 22 de junio y jueves 23 de junio de 2011: ‘Harry Potter y la piedra filosofal’ y ‘Harry Potter y la cámara secreta’, miércoles 29 de junio y jueves 30 de junio de 2011: ‘Harry Potter y el prisionero de Azkaban’ y ‘Harry Potter y el Cáliz de fuego’; miércoles 6 de julio y jueves 7 de julio de 2011: ‘Harry Potter y la orden del Fénix’ y ‘Harry Potter y el misterio del príncipe’. Y, para terminar, el mismo 15 juntamos las dos partes de ‘Las reliquias de la muerte’.

Sé que los fans estarán emocionados con el evento. La verdad es que los trailers de la última son espectaculares -seguramente, mejor que el resultado final-. Y espero que lo disfruten. Pero no cuenten conmigo -y sí, he abusado de los guiones-.

Cartelera de fin de año

Estaba revisando la cartelera de los últimos días del año y, con todos mis respetos, me parece un tanto desilusionante. ¿Dónde quedaron aquellos años en los que ir al cine en Navidad era una algarabía, una ruleta de intenciones, un quiero verlas todas y me faltan vacaciones? Y no es porque falten títulos que, a priori, deberían asegurar un mínimo de calidad. No hay ni una sola cinta desgarradora cuya calidad sea reconocida a los cuatro vientos; que recaude tantos euros como sonrisas satisfechas.

Si hacen una media ponderada de lo que dicen los críticos y lo que dice la taquilla, no se salva ni una. Sí, están ‘Biutiful’, ‘El Discurso del rey’ y ‘The Tourist’, todas ellas nominadas y consideradas al menos por sus productores. Pero, a la hora de la verdad, ninguna ha conseguido que triunfar en el boca a boca, ponerse en el candelero y encandilar a todos los ojos que se pongan por delante.

Es fácil salir del cine y escuchar que “Biutiful está bien, pero es demasiado triste y lenta… un poco aburrida en alguna partes”, o que “El discurso del rey está bien, pero no es una película fácil para el gran público”, o que “The Tourist está bien, pero en ciertas partes llega a convertirse en una payasada”. ¿Ven por donde voy? Dudo que haya un sólo estreno navideño que recibe, por norma general, el comentario que todo director espera provocar: “no te la pierdas”.

Incluso las películas menores, filmadas con el único y respetable objetivo de amenizar la Navidad, han dejado a medias al público: Narnia, Tron, Burlesque, Harry Potter, Megamind, Gulliver. Ninguna da en el clavo.

Pueden ir apuntando en sus listas de deseos para los Reyes Magos: una cartelera ilusionante.

Lo que sé de Harry Potter (y III)

Les debía una anécdota del amigo Harry Potter. En concreto, la de cuando coincidimos juntos en la plaza de Leicester Square, en Londres. Verán. El invierno de 2005 fue especialmente frío en la tierra del ‘godsavethequeen’ y el té a las cinco. Recuerdo pasear por Oxford Street ataviado con tres capas: abrigo, bufanda y gorro. Pero no era suficiente. Mi amigo Bruno y yo planeábamos darnos una vuelta por el centro y, si encartaba, ver una película en el Prince Charles -ya les hablé del cine, una maravilla: entrada y cerveza, una libra-.

Galopábamos por la gélida Albión cuando nos topamos con una panda de jovenzuelos españoles con pancartas, escobas y cicatrices pintadas en la cara. Claro, pese a que encontrarse compatriotas en Londres es harto sencillo, es inevitable inmiscuirse en una conversación con ‘eñes’. “Me muero de ganas de ver a Daniel y a Rupert, ¡¡aiiinnns!!”

La curiosidad nos pudo y, sin saber muy bien por qué, les seguimos hasta la plaza ya mencionada: Leicester. Eran como las 13:00 horas, más o menos. Y sí que había mucha gente, pero no tanto como agobiar. Por lo visto, esa tarde era la premiere de ‘Harry Potter y el cáliz de fuego’, y todos los actores iban a pasar por allí.

La chorrada nos pareció simpática y decidimos quedarnos con la patulea de fans del mago de Hogwarts venidos de todos los rincones del planeta. La primera hora fue soportable. Incluso gracioso lo de ver a tantos ‘maggles’ vitoreando a la saga, como si se tratara de Star Wars o alguna película de verdad. Luego, como era de suponer, la cosa se puso mal: los ingleses se contaban a miles. Miles y miles de pelirrojos empujando cual hooligan en celo. Con la llegada de la noche, el frío se hizo insoportable y el hecho de que se pusiera a diluviar no ayudó.

Después de cuatro horas esperando -y con una considerable sensación de estupidez a mis espaldas-, Daniel Radclife pasó a nuestro lado y no nos saludó. Sí, lo sé, vaya asco de anécdota. En consonancia con el tema.

Lo que sé de Harry Potter (II)

Lo que más me preocupa de Harry Potter es su personaje protagonista. Porque, aunque las películas sean tan absurdas como pagarle un logopeda a Belén Esteban, los lectores de la novela le tienen cariño. Y, por mucho que me defiendan que los libros son fascinante -sigo sin haberlos leído-, digo yo que la idea del protagonista no cambiará mucho de un formato a otro.

Harry Potter es la máxima representación de la generación nini. La inspiración de todos los niños que aspiran a ser los mejores en todo por su cara bonita. Harry es un zagal que no ha hecho nada en la vida para merecer el título de ‘héroe’, pero nadie se lo arrebata. Desde el principio le dijeron que él era el elegido para ser la leyenda de Hogwarts, ¿por qué? Porque es el hijo de una importante familia, porque tiene una cicatriz en la cara y porque, si tiene algún problema, ya vendrán otros a solucionar el entuerto. “Harry, hijo, tú preocupate de ser famoso, que del trabajo ya se encargan otros”.

Es un chaval sin capacidad de decisión que se pasa diez años perfeccionando la técnica del éxito: llorar por las esquinas. Si aparece alguien con ambición, que trabaja y se esfuerza, Harry le vencerá por la máxima de que él es el mejor. Da igual si lo merece o no. Es el bueno y los buenos siempre ganan. A mí me cae mejor el otro, Drako Malfoy… por lo menos le echa cara al asunto.

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