Eclipse, preludio

Ayer por la mañana me levanté de mala leche. Tenía varias razones: la fiesta de España se alargó debajo de mi balcón y los gritos y alabanzas a La Roja se alargaron más de lo previsto. Eso y los contenedores tirados al suelo, los golpes a las persianas de las tiendas, las llamadas al timbre y demás perlas extrafutbolísticas que merecerían una reflexión. En segundo lugar, están haciendo obra en el edificio de enfrente y, los obreros, en pleno derecho de su jornada continua, comenzaron a darle matraca al martillo hidráulico, al taladro y a la madre que los parió a las siete y media de la mañana. Acomplejando por completo al despertador del móvil, cuyo trabajo quedó silenciado y ninguneado. Más tarde descubrí que no quedaban cereales. Odio cuando no hay cereales. Me gusta desayunar cereales. Y, sin cereales, no desayuno. Lo que provocó que, a media mañana, tuviera más hambre que un diabético en una recepción de Isabel Preysler -por los Ferrero Rocher, ya saben-. Al mediodía, al sacar el sandwich de su envoltorio se me cayó al suelo, justo encima del rincón más sucio del planeta, lo que me dejó sin posibilidad de aplicar la regla de los cinco segundos (si no pasa ese tiempo, no ha podido estropearse). Aún así, no me enfadé tanto como cuando vi al autobús alejarse a paso de tortuga sin hacer caso de mis desquiciados alaridos de niña llorica. La espera de 40 minutos, al sol, con la que estaba cayendo, fue terriblemente sudorosa. Pero lo peor, lo peor de todo, todito, todo, fue cuando me topé con una de las cientos de marquesinas que ensalzan al señor Pattinson y recordé, al fin, que ayer me tocaba ir a ver Crepúsculo: Eclipse.

“Pero, señor Cabrero, ayer la noche le vi por la calle con una sonrisa de oreja a oreja… ¿le gustó la película?” No amigos. El karma, en su sabia disposición en la naturaleza humana, supo premiar mi santa paciencia con los gritos, las obras, los cereales, el hambre, el suelo, el autobús y el calor, con un premio que no esperaba:

-Lo siento, caballero. Está todo vendido. La sala está llena

-Se lo agradezco de corazón, buen señor.

-¿Disculpe?

-Que gracias.

Sonrisa crepuscular y a volver a empezar.

Eclipse, prólogo

Las modas son el ejército más poderoso de la era del marketing. Soldados armados con la fe ciega de que lo que está a punto de suceder va a ser, pase lo que pase, una maravilla. Los fieles, cegados por el brillo de un exquisito y maquiavélico lavado de cerebro, defenderán a capa y espada la calidad del producto. Ya puede aparecer un mojón con colmillos que, si se ha vendido bien, el éxito está asegurado.

Con esto no quiero decir que la masa sea ingenua, voluble y poco inteligente. O sí. Bueno, no sé. Lo que sí quiero decir es todo lo contrario: que los publicistas, productoras y distribuidoras son sagaces, implacables y muy inteligentes.

Nadie está protegido de sus malas artes. Quién más quién menos gastará sus euros en una entrada de cine impulsado por una poderosa campaña de publicidad –recuerden ‘Avatar’-.

Está claro que no existe nadie con la capacidad intelectual para decirle a nadie qué le puede gustar y qué no. Sería un contrasentido. Aunque, como en todas las reglas, existe una excepción. Y la ‘Saga Crepúsculo’ es mi excepción. No es buena, no es divertida, no es interesante, sus protagonistas no son guapos y su dirección no es alternativa. Es una porquería.

Hoy se estrena ‘Eclipse’, la tercera en discordia y, me juego el pescuezo, va a ser un taquillazo que ya lo quisiera Madoff. Sus protagonistas (Robert Pattinson y Kristen Stewart, cuya teatralizada, falsa y aprovechada relación amorosa es la causa del éxito de las películas) nos aseguran que esta vez sí que sí. Que hay acción, intriga y amor. Pero lo mismo dijeron de ‘Luna Nueva’ y mira. No dieron ni una.

¿La verdad? Que estoy deseando verla para poder desquiciarme a escribir barbaridades sin respeto. Ahí, en la yugular, hincando el colmillo.

Crepúsculo: Luna Nueva

Había oído decir aquello de que los hombres vienen de Marte y las mujeres de Venus. Pero no, yo siempre dije que era absurdo. Todos somos iguales, meras diferencias biológicas sin más. A una mujer le puede gustar tanto el fútbol como a un hombre comprar ropa. No obstante, he cambiado de opinión. Los hombres y las mujeres somos opuestos y, por eso, mientras que nosotros vemos ‘marrón’ ellas ven beige o no sé qué pamplinas en tonalidades pastel. A lo que vamos: Luna Nueva.

A ver si me pillan la idea: cuando dos hombres se ponen a hablar de cine porno -que lo hacemos- empezamos a actuar como trogloditas con comentarios ricos en metáforas y gesticulaciones muy visuales. Si durante esa ‘conversación’ aparece una mujer, lo más probable es que diga: “Sois asquerosos” o “¿cómo podéis ver esas cosas?” Fue justo después de uno de esos comentarios cuando una mente prodigiosa para el marketing vislumbró el negocio: cine porno para ellas. Y, efectivamente, lo crea: películas con muchos diálogos pastelosos, amores prohibidos, escenarios románticos, bla, bla, bla… -o eso me han contado-. Bien, seguimos: Cuando dos hombres ven una película de acción pura y dura, en plan 300… Bueno, no, 300 no, que ellas se quedan en las abdominales de Leonidas. Vale, digamos, Arma Letal, donde ellas ven violencia gratuita, disparos, muertes y machismo, nosotros vemos diversión y adrenalina. No buscamos más, somos simples. Y aquí es donde quería llegar: Luna Nueva es, exactamente, la versión femenina de una peli de acción. Con un más que evidente toque de cine porno femenino.

¿De qué va Luna Nueva? Permitidme, por favor: Edward Cullen es un viejo pervertido de 100 años que se enamora de una niña que acaba de cumplir 18, Bella -cuya padre es el protagonista de la serie Me llamo Earl-. Quieren chingar pero no pueden; tener relaciones sexuales la mataría y, por eso, tienen una barrera sexual que les tiene loquitos perdíos. Edward se va y le dice que no la quiere, que le olvide, que tiene cosas mejores que hacer. Aparece Jacob, que sufre de erecciones incontrolables cada vez que está al lado de Bella que le convierten en hombre lobo. Jacob se cuida mucho en el gimnasio para gustarle a Bella, la trata con mimo y dulzura. También quiere retozar, pero, por unas cosas y por otras, no lo consigue. Eso sí, se pasa toda la película sin camiseta para que todas las presentes en la sala suspiren y griten de vez en cuando con sofoco (absolutamente verídico). Al final vuelve Edward (el cabrón que la deja al principio de la película) y Bella vuelve con él dejando a Jacob con un paquete de cleenex. Para llorar.

Sí, sé lo que están pensando: ¿Esta película tiene versión española? ¡Correcto! Se estrenó hace ya varios meses pero con otro título: Pagafantas. Pero por lo menos en aquella ella no era zoofílica ni él era un abuelo ‘emofílico’…. “¡Da igual, Robert Pattinson es guapísimo!” Lo que usted diga, señora, pero lo será los 20 minutos que sale de las DOS HORAS -120 minutos largos- que dura la peliculita. Los actores, por cierto, están muy bien. Lo mejor de la película. La pena es que no les dejan hablar y sólo quedan como figurantes por detrás de los sosainas de protagonistas.

Y yo me pregunto, con poca inocencia: ¿Qué pasaría si, en vez de ser un grupo de hombres lobo cachas que se pasan toda la película sin camiseta fueran una banda de lobas que fueran con las tetas al aire? Efectivamente, lo llamaríamos porno -pero de verdad-.

Lo que más me duele es que después de dos horas, aunque quisiera -y quiero- fastidiarte el final de la película no podría. Porque no pasa nada. Nada de nada. Sólo diálogos típicos y tópicos, una tontería detrás de otra con declaraciones de amor que no se escribiría ni Julio Iglesias. Hortera, hortera.

Sólo queda una pregunta: ¿Por qué fuiste a verla, José Enrique? Para sentirme el macho alfa de la sala y para poder escribir esto.

Para terminar, un diálogo que surgió durante la proyección: En pantalla, el Pagafantas (hombre lobo) se agacha para levantar del suelo a Bella (el personaje que simboliza esa verdad tan grande que dice que a las mujeres os gustan los tipos malos). A mi izquierda hay sentada una pareja, él le dice a ella:

– Él: Tiene cara de mono.

– Ella: ¡Qué dices! ¡Cállate!

Pasan unos segundos. Vuelve:

– Él: A ver, en serio, que tiene cara de mono.

– Ella: ¡¿Te quieres callar ya?!

No puedo aguantarme y me entrometo en la conversación, bajito:

– JeCabrero: Si es verdad, si es que tiene cara de mono.

– Él: ¡¿Ves?!

– Ella: ¡Envidiosos!

En fin, cuánto estereotipo, ¿no?

Eclipse, a la venta las entradas

Cuando veas las entradas de una película ponerse a la venta un mes antes de su estreno, pon tus deuvedés a remojar. Bah, no tiene mucho sentido, pero me hacía gracia el refrán 2.0. Pues sí, amigos y amigas de los vampiros con sobredosis de hormonas y colmillos perfilados con rimel, Crepúsculo amenaza con volver al cine el 30 de junio. Y las salas de proyección, a sabiendas de que el enrevesado amor de Robert Pattinson y Kristen Stewart produce el mismo efecto que una compresa con alas en el público femenino, han decidido ponerse sus mejores galas y vender ya los tickets para tan memorable evento.

No sólo eso. Los fieles seguidores del Hombre Lobo Pagafantas y del resto de la tropa de personajes amamantados con telenovelas sudamericanas y los mejores momentos de Gran Hermano, podrán acudir a una maratón en la que disfrutarán de las dos entregas anteriores previo al estreno, orgásmico, de Eclipse.

Seis horas de Crepúsculo. Seguidas. Eso debe ser como acudir a una lectura pública de la Biblia en la que la única lectora es la Duquesa de Alba. O como cuando se rompió la máquina de pinball de Barrio Sésamo y estuvieron emitiendo la canción de los números durante seis horas.

No es que yo tenga nada en contra de Crepúsculo… Bueno, sí, para qué nos vamos a engañar. Me parece una patraña y uno de los aburrimientos más supinos de la historia, más incluso que la más divertida de las sesiones de control del Parlamento.

Pero que no me quiero yo enemistar con nadie ni insultar sus gustos. Que para eso hay colores. Si son de los que disfrutan viendo dos horas en las que no pasa absolutamente nada, quién soy yo para decir nada. Faltaría. Ya saben que pueden maldecirme en el email que acompaña al título, gracias.

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