Les debía una anécdota del amigo Harry Potter. En concreto, la de cuando coincidimos juntos en la plaza de Leicester Square, en Londres. Verán. El invierno de 2005 fue especialmente frío en la tierra del ‘godsavethequeen’ y el té a las cinco. Recuerdo pasear por Oxford Street ataviado con tres capas: abrigo, bufanda y gorro. Pero no era suficiente. Mi amigo Bruno y yo planeábamos darnos una vuelta por el centro y, si encartaba, ver una película en el Prince Charles -ya les hablé del cine, una maravilla: entrada y cerveza, una libra-.
Galopábamos por la gélida Albión cuando nos topamos con una panda de jovenzuelos españoles con pancartas, escobas y cicatrices pintadas en la cara. Claro, pese a que encontrarse compatriotas en Londres es harto sencillo, es inevitable inmiscuirse en una conversación con ‘eñes’. “Me muero de ganas de ver a Daniel y a Rupert, ¡¡aiiinnns!!”
La curiosidad nos pudo y, sin saber muy bien por qué, les seguimos hasta la plaza ya mencionada: Leicester. Eran como las 13:00 horas, más o menos. Y sí que había mucha gente, pero no tanto como agobiar. Por lo visto, esa tarde era la premiere de ‘Harry Potter y el cáliz de fuego’, y todos los actores iban a pasar por allí.
La chorrada nos pareció simpática y decidimos quedarnos con la patulea de fans del mago de Hogwarts venidos de todos los rincones del planeta. La primera hora fue soportable. Incluso gracioso lo de ver a tantos ‘maggles’ vitoreando a la saga, como si se tratara de Star Wars o alguna película de verdad. Luego, como era de suponer, la cosa se puso mal: los ingleses se contaban a miles. Miles y miles de pelirrojos empujando cual hooligan en celo. Con la llegada de la noche, el frío se hizo insoportable y el hecho de que se pusiera a diluviar no ayudó.
Después de cuatro horas esperando -y con una considerable sensación de estupidez a mis espaldas-, Daniel Radclife pasó a nuestro lado y no nos saludó. Sí, lo sé, vaya asco de anécdota. En consonancia con el tema.