Lo que sé de Harry Potter (I)

No, no he leído ningún libro de Harry Potter. Y no pienso hacerlo. Seguro que son novelas divertidísimas, con un trasfondo perfectamente hilado y personajes apasionantes. Pero que nadie se atreva a decirme que como no he leído a la Rowling no puedo opinar de las películas, porque lo pienso hacer.

El peligro de transformar un libro en película es olvidar que ambos productos tienen que tener sentido por sí mismos. Y, como todos ustedes bien saben, no es así. Con la excepción de ‘Harry Potter y la piedra filosofal’, el resto de entregas de la saga son una completa y descomunal basura.

¿Por qué? Porque no tienen puñetero sentido. Los guiones están basados en la máxima que todo escritor debe evitar: la magia sin reglas. Esto es creer que todo es posible sin justificación: Que Harry Potter se queda encerrado a punto de morir en una sala repleta de serpientes, utiliza un conjuro que aprende por inspiración divina que convierte a los reptiles en dulces nubes de algodón. Que el tipo grande con barba es falsamente acusado de un delito, utilizamos un artilugio sensacional que nos permite viajar en el tiempo. Que Voldemort le va a clavar un cuchillo a Harry Potter, descubrimos que el protagonista es inmortal al acero gracias a un hechizo de protección que le hizo su madre un día mientras preparaba un biberón…

Pero el mayor fracaso de la saga fílmica es que todas las entregas dan igual. He visto las películas y ninguna parte me ha aportado nada nuevo. En serio, desde la primera película sabemos que Harry es el elegido para vencer a Voldemort y que Ron y Hermione son sus escuderos. Lo del prisionero de Azkaban, el torneo de los magos -que parece más bien ‘Humor amarillo’- o el príncipe mestizo, todo bazofia. Relleno. Imaginen que, después de ‘La piedra filosofal’, aparece un cartel que dice “diez años después” y vemos la última película, ¡nos enteraríamos de lo mismo!

Por supuesto, no espero nada distinto de ‘Harry Potter y las reliquias de la muerte’: otro batiburrillo de chorradas místicas, de caras estreñidas y de paseos por escenarios innecesarios para terminar en el mismo punto de siempre.