Inside Job

La compleja crisis económica que azota el planeta tiene, en realidad, un origen bien sencillo: la ambición. Y la ambición es, desde el principio, un aditivo humano. Imagine que tiene un trabajo en el que ganan suficiente pasta como para mantener a varias familias -con abuelos, sobrinos y hermanos incluidos-. Un día descubre que ejecutando una pequeña treta podría multiplicar sus ingresos exponencialmente. Una treta ridícula que, a la larga, podría -o no- resultar dañina para la inmensa mayoría. Una treta, por cierto, al margen de la ley. ¿Se lo pueden imaginar? Más fácil: visualice un botón. Púlselo. Ahora es el doble de rico. Vuelva a pulsarlo. El doble que antes. No hay esfuerzo, no hay complicaciones: sólo pulsar un botón. Sea sincero consigo mismo, ¿lo pulsaría?, ¿jugaría la treta?

Eso es lo que banqueros, políticos, agencias calificadores, burócratas y profesores universitarios hicieron el pasado 2008: jugar con nuestro dinero. El documental ‘Inside Job’ (Oscar mejor película documental 2010), de Charles Ferguson, es una terrorífica narración sobre cómo los ricos se hicieron más ricos y los pobres más pobres. Y sobre cómo los pobres lo perdieron todo y, los ricos, nada.

A ratos insultante, a ratos purgativa, la película deshilacha una historia que conocemos. Y lo hace con mimo, poco a poco, sin dejar cabos sueltos ni títere con cabeza. Pese a que el espectador puede llegar a perderse entre datos y tecnicismos, ‘Inside Job’ es, quizás, la clase a la que todo alumno -de cero a cien años- debería asistir. En dos horas de metraje, Ferguson sigue el dinero: de Wall Street a la Casa Blanca, pasando por todo tipo de suburbios empresariales.

Al final, cuando empezamos a entender qué ha pasado y cuando creemos que hay información más que suficiente como para enjuiciar a los culpables de la crisis, descubrimos el pastel: los autores de la estafa, aquellos que estaban en puestos directos, tanto públicos como privados, siguen en el mismo sitio o han ascendido. Siguen pulsando el botón, amasando fortunas. El plan era perfecto.

Los chicos están bien

Lo irónico del asunto es que no existe la normalidad. Ustedes pueden sentir que son el paradigma de la normalidad, un ejemplo del ser humano clásico, racional, académico y familiar. Pero si se miran bien al espejo descubrirán esa manía suya tan curiosa de contar las palomas que pasan por el balcón, o la de no pronunciar palabra hasta que ha pasado treinta y tres minutos despierto, o, qué sé yo, la de ponerse la servilleta a modo de babero en los restaurantes, porque cree que le da cierta distinción. Y, efectivamente, ahí está el quid de la cuestión: la distinción. Porque la rareza es la cualidad que nos hace semejantes al resto, la clave para mirar al otro con empatía.

‘Los chicos están bien’, de Lisa Cholodenko, es una película que trata la rareza con normalidad. De tú a tú. Jules (Julianne Moore) y Nic (Annette Benning) son un típico matrimonio estadounidense de lesbianas. Dieciocho años atrás, decidieron contratar un servicio de donación de esperma para tener dos hijos, uno cada una. Joni (Mia Wasikowska), la hija mayor, decide, antes de irse a la Universidad, buscar a su padre biológico: Paul (Mark Ruffalo).

El divertido embrollo de normalidades y rarezas consigue una inspiradora cinta que, casi por sorpresa, se coló en todas las nominaciones de los grandes premios del cine -incluidos Los Oscars-. Con un cierto aire a la serie de televisión ‘Modern Family’, la química entre actores y actrices consigue transformar una historia rocambolesca en un guión repleto de detalles minúsculos que engrandecen la obra. Fíjense, por ejemplo, en los tics nerviosos que comparten padre, madres e hijos, algo que no influye en el trascurso del guión, pero que revela el gran trabajo de Ruffalo, Moore, Benning y Wasikowska.

La pena de todo esto es que ‘Los chicos están bien’ se estrenó en Estados Unidos el verano pasado, pasó sus mejores días a final de año, con una promoción mundial que pasó del boca a boca al de premio en premio. El talento de Cholodenko, casi una desconocida en Hollywood, consiguió situarla en la quiniela de los Oscar, colocando una historia pequeña junto a mastodontes de producciones millonarias (‘La Red Social’, ‘El Discurso del Rey’, ‘Valor de Ley’, ‘The Fighter’…). Y entonces, cuando todas esas cosas bonitas son parte del pasado, la estrenamos en España. Sí, somos raros. A veces, de más.

Lope or Celda 211

Somos unos monstruos. Los españoles, digo. Unos fenómenos del marketing. Está claro que aquella época de mirar a nuestro ombligo y negar que USA era un destino más que interesante para promocionar nuestras películas y conseguir un prestigio internacional, ha pasado a mejor vida. Ahora pensamos con perspectiva. Queremos que nuestras estrellas vuelen alto. Y, por eso, mandamos como preseleccionadas a ‘Mejor Película de Habla no Inglesa’ bazofias aburridas y somnolientas como ‘Lope’.

¿Y eso por qué nos convierte en unos genios del marketing, señor Cabrero? Muy fácil, amigos. Las tres películas preseleccionadas para los Oscar, desde la tierra del gazpacho y las habas con jamón, son: ‘También la lluvia’, ‘Celda 211’ y la ya rimada ‘Lope’. Si lo han hecho bien, los de la academia habrán colocado unas pegatinas a las cintas que se mandan a Hollywood con un orden de visionado. Además, habrán añadido una carta del tipo: “Estimados magnates del celuloide, tres obras maestras os mandamos. Les proponemos que vean ‘Lope’, después ‘También la lluvia’ y, por último, ‘Celda 211’”.

¿Qué ocurrirá? Los chicos Oscar verán ‘Lope’ y, al decimonoveno bostezo, afirmarán con rotundidad: “Boy, what a big pussy” (traducción libre: “niño, qué latazo”). Como están obligados, pondrán ‘También la lluvia’, y con un gesto sorpresivo, dirán: “Boy, not bad” (“Ojú, mucho mejor”). Cuatro horas después, darán al play de ‘Celda 211’: “Man, this film is the cock! To the Oscars!” (“Amigos, ¡esta película es sensacional! ¡Para los Oscar!”).

Dentro del plan trazado, los productores de Hollywood dirán: “¿Quién es el calvo que sale en todas las películas españolas? Ahá, Luis Tosar… Le seguiremos la pista”.

No sé en que concupisciente cabeza de proporciones anómalas e intenciones malignas y cochambrosas cabe la inigualable inteligencia de suponer que ‘Lope’ podría merecer un Oscar. Qué genios los de la Academia. Ojú.

Oscar, cuatro meses después

No soy nadie para dar clase de publicidad a los lores del marketing cinematográfico en España. Pero este asunto de los estrenos tardíos –término que no deja de ser irónico- me tiene sobrecogido. A ver, que yo me aclare. La premisa es obvia: aprovechemos que la película está nominada a los Oscar para venderla y que la gente vaya a verla en tropel antes de los premios. En el peor de los casos, recojamos el tirón de una cinta que ha ganado premios o que tuvo cierto éxito en la gala del cine referente en casi todo el planeta. Si parece tan sencillo, ¿por qué lo complicamos?

Este finde se ha estrenado ‘La última estación’. Biopic de León Tolstói coreada y alabada por la crítica internacional. Y, la semana que viene, es el turno de la, ejem, ganadora del Oscar a la Mejor Actriz, Sandra Bullock y su ‘The Blind Side’.

No descartaremos el hecho de que ambas pudieran ser dos mojones de considerables proporciones. O no. Ya las veremos. El caso es que si se trata de vender… ¿No es raro? Sé que este discurso está ya muy mascado, pero en la era del ‘ahora’, del ‘todo inmediato’ y de la ‘globalización’, todo gracias a Internet, no pueden esperar que los tontos españolitos no nos demos cuenta de cómo se parte el pastel.

No es que sea el problema más grave del mundo. Es uno más. Lo que pasa es que en España somos los Jack Sparrows 2.0 por excelencia. Nos gusta piratear tanto como beber cerveza. Pero aún así, y pese a que el código de los piratas sean unas meras directrices, creemos en el honor y en la camaradería. Dennos la oportunidad, déjennos jugar limpio. La apertura del mercado es la mejor manera de ser legales. Y de frenar las violaciones indiscriminadas de deuvedés vírgenes.

Guitarras rotas

Para cuando lean esto el misterio de los Oscar ya estará resuelto. Mientras escribo estas palabras y concentro energías para que ‘La dama y la muerte’ reciba su merecido premio -¿ganó?-, recuerdo mi momento favorito en las galas de los últimos años. El Oscar a mejor canción original para Glen Hansard y Marketa Irglova por ‘Falling Slowly’, de la película Once. Así lo escribí entonces (26 de febrero de 2008):

“En la madrugada del domingo al lunes vivimos una de las historias más grandes que el cine jamás nos ha contado. Cuando vi ‘Once’ tuve la sensación de que era el único ser humano sobre la faz de la Tierra que iba a disfrutar de ella. Una sensación de complicidad, de empatía. Como cuando ella se te acerca y con su boca en tu oído, susurra un secreto del que brotan mariposas en el estómago. Pelos y escarpias, ya saben.

‘Once’ habla de Glen Hansard y Marketa Irglova, dos seres absolutamente imperfectos, amantes de la música, que con un paupérrimo presupuesto de 10.000 euros y algo más de dos semanas de rodaje, hicieron de Dublin un magnánimo escenario sobre el que soñar melodías. Su tema principal, ‘Falling slowly’, fue nominado al Oscar a la mejor canción y tendría que competir contra Alan Menken, que lleva acumuladas decenas de estatuillas gracias a la etapa dorada de Disney (Aladín, La Bella y la Bestia, La Sirenita…).

Cuando Glen, un irlandés pelirrojo que parece una caricatura de sí mismo, y Marketa, una rusa de nariz aguileña y de gestos inocentes, aparecieron sobre el escenario del teatro fue como si hubiera dejado la película a medias varios meses atrás. Rápidamente me di cuenta: no eran personajes, eran ellos. Originales, imperfectos, alejados del protocolo de clonación que guía al Siglo XXI. Al final de la actuación, Glen mostró la guitarra con la que acababa de tocar, un instrumento gastado, con un enorme agujero en la tapa y el barniz que sólo la experiencia sabe dar. Y ganaron el Oscar. Y no se lo creían. Y lloramos. “Hagamos arte”, rezaban en su discurso”.

Siempre me gustaron las historias de perdedores. ¿Se imaginan que ‘Avatar’ no haya ganado tantos Oscar? -¿los ganó?-

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