Nada más terminar el insatisfactorio partido de España -esperaba, por lo menos, seis chicharros- ejercí mi derecho a la chaquetería y me pasé de cadena para ver ‘La Última Fortaleza’. La película ya me gustó en su momento (‘The Last Castle’. Rod Lurie, 2002), pero, en esta ocasión, el magnetismo intrínseco de Robert Redford me invitó a reflexionar sobre la figura del líder. O, más bien, sobre la escandalosa ausencia de uno en España.
A ver. Con todo esto de que la sombra de la crisis hace sombra a la del ciprés, de la reforma laboral en ciernes y la huelga general, en el horizonte, terminando el cuadro, no veo rumbos ni decisiones. Y eso es justo lo que necesito. El líder, tal y como lo pinta Redford, no es ese tipo tan brillante que nunca se equivoca. No. Es el tipo que, cuando se equivoca, busca soluciones. Y el que, aún cuando todo está en su contra, es capaz de encontrar la fuerza que contagie a sus ‘soldados’ para la batalla.
Qué quieren que les diga. Ni izquierda, ni derecha, ni centro. No veo, en ningún caso, una persona de la que fiarme. Un líder. Sólo veo pijos bien avenidos que, en vez de sufrir con el resto de los mortales, se bajan nuevas aplicaciones para su nuevo y reluciente ‘Iphone 4G’ que, entre todos, les hemos regalado.
Pese a que los usuarios de botellas medio vacías se empeñen en ver en el Mundial un vaso repleto de opio para el pueblo, nos está sirviendo para subirnos el ego patrio. A los militares presos de ‘La última fortaleza’ se les prohíbe hacer el saludo oficial -ya saben, mano sobre la ceja, haciendo la visera- como forma de herirles en su orgullo más íntimo. Y, no es que quiera defender el chovinismo yanki, pero aquí, si sacas una bandera española a la calle, tardan poco en lloverte las hostias ideológicas. A no ser que estemos, como ahora, en un Mundial de fútbol. ¿No es absurdo? ¿No debería representarnos a todos la bandera, sin estúpidos tópicos anquilosados en la involución?
Lo que les digo, necesitamos un Robert Redford pero ya.