La película de tu vida

Sentado en el regazo de mi madre no había sonido capaz de distraerme de la nana. Tampoco arropado en la cama, mientras surcaba los mares de Nunca Jamás. O a la luz del flexo, viñeteando la marmita de Obélix. No puedo olvidar los sábados por la mañana, sentado en el brasero y poniendo la cinta de ‘El vuelo del Navegante’ en el BETA. Ni la emotiva despedida que acompañó a ‘La Vida es Bella’, un miércoles por la noche al salir de la sala de cine.

Las historias importan. Pero, a veces, el envoltorio las convierte en recuerdos personales. Y eso sí que es magia. Me gusta preguntar a la gente por sus películas favoritas para descubrir los detalles preciosos que las hicieron únicas. Sí, hay tipos que se hacen los entendidos y destacan, siempre, tópicos alabados por la crítica. Pero incluso ellos, si escarban lo suficiente, terminan honrando las tardes de verano en las que ensayaban, junto a la piscina, la patada de la grulla de Karate Kid.

Hace poco, una amiga, después de hacerle la pregunta, me contaba que tenía un especial cariño a todas y cada una de las películas del bueno de Chaplin. “Mi padre nos las ponía a menudo y me recuerdo a mí, muy pequeña, con una enorme sonrisa mientras el hombrecillo sin color se comía un zapato”. Con la vena fílmica abierta, confesó su pasión por la saga de James Bond -“las de 007 nos encantaban en casa”- y su amor por Simba: “’El Rey León es, sin duda, mi favorita de Disney”. Casi como si estuviera madurando en directo, pasó a otro tipo de motivaciones más adultas y situó como referente dos cintas: ‘Braveheart’, “la habré visto un millón de veces”, y ‘Big Fish’, “porque es preciosa”. “¡Ah, -termina- me reí mucho con ‘Que se mueran los feos’!”

Les invito a que hagan la prueba. Verán cómo cada película está acompañada por un instante preciso de su vida. Un momento que atesoran y que define el transcurrir de su tiempo. Un tiempo repleto de años y de personajes sostenidos por un gran pilar que, cada cierto tiempo, hay que celebrar.