Lo que más me preocupa de Harry Potter es su personaje protagonista. Porque, aunque las películas sean tan absurdas como pagarle un logopeda a Belén Esteban, los lectores de la novela le tienen cariño. Y, por mucho que me defiendan que los libros son fascinante -sigo sin haberlos leído-, digo yo que la idea del protagonista no cambiará mucho de un formato a otro.
Harry Potter es la máxima representación de la generación nini. La inspiración de todos los niños que aspiran a ser los mejores en todo por su cara bonita. Harry es un zagal que no ha hecho nada en la vida para merecer el título de ‘héroe’, pero nadie se lo arrebata. Desde el principio le dijeron que él era el elegido para ser la leyenda de Hogwarts, ¿por qué? Porque es el hijo de una importante familia, porque tiene una cicatriz en la cara y porque, si tiene algún problema, ya vendrán otros a solucionar el entuerto. “Harry, hijo, tú preocupate de ser famoso, que del trabajo ya se encargan otros”.
Es un chaval sin capacidad de decisión que se pasa diez años perfeccionando la técnica del éxito: llorar por las esquinas. Si aparece alguien con ambición, que trabaja y se esfuerza, Harry le vencerá por la máxima de que él es el mejor. Da igual si lo merece o no. Es el bueno y los buenos siempre ganan. A mí me cae mejor el otro, Drako Malfoy… por lo menos le echa cara al asunto.