Western (I): Grupo Salvaje

El nombre lo es todo: decidirá el respeto que profesas, la gloria de tu leyenda y, en consecuencia, el puñado de dólares que vale tu cabeza. El vaquero es tan héroe como villano. Es sucio, tiene arrugas y suda -casi se puede oler su presencia-. Su voz rasgada por el tabaco y el alcohol habla, pedante, de los cadáveres que dejó atrás y de las mujeres que gritaron por última vez. Pero también de los hermanos de sangre, las hazañas que limpian su espíritu y el código de honor, nunca escrito, que jerarquiza una vida mercenaria.

El Western es el género que nos reconcilia con nuestros pecados. El más humano, porque describe a la perfección la ambigüedad del hombre. Cuando Pike Bishop (William Holden) entra en el pueblo vestido con un uniforme militar, al principio de ‘Grupo Salvaje’ (Sam Peckinpah, 1969), sus pasos solo son silenciados por el sermón de un cura que pide a sus fieles que abandonen el alcohol y que firmen por una vida ejemplar a los ojos de Cristo. Lejos de ser el justiciero que aparenta, Pike desenfunda rápido y atraca la estación de ferrocarril. Mata a inocentes, abandona a sus compañeros caídos en la refriega y brinda, con los supervivientes, por el botín obtenido.

La película de Sam Peckinpah es como una tarde de ajedrez. Nadie juega siempre siendo las blancas o las negras; todos, tarde o temprano, nos situamos al otro lado del tablero. Lo que nos define es la formar de actuar en cada bando. Que, en el momento de dar el jaque mate, rodeado por la más triste soledad, seas consciente de que el otro, el que está a punto de morir, merece un lingotazo de whisky a su salud. Y poder decir: “Fue un honor, amigo”.

‘Grupo salvaje’ se estrenó una semana después de ‘Valor de Ley’, en 1969, y no pudo con el buen hacer de John Wayne. Hoy, 42 años después, los Coen desempolvan el clásico con un Jeff Bridges imponente y creo que es de justicia recordarles a ellos, a la banda de Pike; a los que perdieron el duelo y engradecieron la leyenda de la película. Porque sí, porque puede que el ‘Grupo salvaje’ fueran unos cabronazos. Pero fueron la clase de hijos de puta que te gustaría tener cerca el día que un ejército se cierna sobre ti. La clase de hombre con la que nunca se muere, con la que te haces leyenda.

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