Once(s)

Ficción tiene dos ‘ces’ gemelas en el centro de la palabra. Un par idéntico que sostiene la credibilidad que el mundo real, el palpable, no puede otorgar. Hace diez años, el once se convirtió en un número fatídico, histórico, que abrió los ojos de una sociedad adormecida en un baño de globalidad. Conforme Matías Prats respondía con incredulidad a las imágenes que volcaban Nueva York, los héroes de la viñeta se preguntaban qué había fallado. Cómo no habían llegado a tiempo, por qué no lo vieron venir. ¿Dónde estaba la batseñal?

Con el paso del tiempo fueron otros, los que no nacieron en planetas lejanos ni sufrieron la picadura de un bicho radioactivo, los que se ganaron el título de héroes. Humanos, personas como usted y como yo, que sudaron y lloraron y gritaron entre el polvo y la sangre del ‘World Trade Center’. El mismísimo Capitán América, la idílica imagen de un estilo de vida, murió en un atentado criminal, martirizando los pecados del mundo del cómic. Spiderman, avergonzado, descubriría su máscara ante las cámaras de todo el planeta (“¡yo soy Peter Parker!”). Casi como un epílogo de aquel fatídico vuelo, llegó a la televisión ‘Perdidos’, una historia de redención para los pasajeros del Oceanic. La isla fue la oportunidad que, ceñidos a la fe, los guionistas escribieron para las víctimas del 11-S.

El cine y la literatura nos contarían los últimos minutos de los pasajeros del vuelo de American Airlines y los mensajes de voz que dejaron, como lágrimas en la lluvia. Dicha angustia hizo que el invento de un joven genio enfadado con las mujeres revolucionara las formas de comunicarse. Las llamadas y los mensajes no eran suficientes. La persistencia de un ‘cambio de estado’ de Facebook era poderosa. Y, tal y como David Fincher concibió, ‘La Red Social’ no es más que una carta de amor que sigue esperando contestación.

Internet nos invitó a preguntar. A cuestionar. A dudar todo lo que hasta entonces era verdad. La tecnología unió las voces disgregadas hasta concentrarlas en un mismo estado de ánimo: las revueltas de Egipto, las filtraciones de Wikileaks, las máscaras de ‘V de Vendetta’ y la indignación -bien y mal entendida-. Todo con 140 caracteres.

Diez años después, parece el guion de una novela de ciencia ficción. El tiempo pasa rápido y las letras no cambian de sitio: eso es la Historia.