Mis queridos Vengadores

Mi imaginación, físicamente hablando, está protegida bajo una caja de cartón. Una caja de zapatos que tiene tantos años como mi memoria y que custodia las figuras que atesoré durante la infancia como portales a universos inalcanzables para ninguna otra mente. Los tengo a todos. A Los Vengadores, me refiero.

Sobre la alfombra, el Dr. Muerte había secuestrado a los 4 Fantásticos en un cubo de basura rojo, escondido tras las cortinas y defendido por un ejército de villanos que nunca tendía la mano: Rinoceronte, Misterio, Cráneo Rojo, Kraven, Magneto y Apocalipsis, con la inestimable ayuda de un sinfín de criaturas inexplicables: tortugas ninjas, dinosaurios prehistóricos, robots japoneses, naves del ejército de Cobra y hasta un tipo verde que olía peste y venía del mismísimo castillo de Skeletor.

Confundidos entre mis manos, ellos, mis héroes favoritos, partían en una nueva aventura que siempre traía sorpresas inesperadas. Las paredes del dormitorio desaparecían tras la primera estampida de Hulk; el techo, desplomado por Iron Man; el Capi daba instrucciones y, como todo buen líder, era el primero en resultar herido; Thor medía sus fuerzas con las bestias mientras Spiderman conseguía infiltrarse en la torre y rescataba al equipo de Richards…

Las viñetas que leí y las viñetas que dibujé en mi mente confluyeron delante de mis ojos. Por fin el cine ha creado una escena como las que soñé siendo un niño. Como las que aún viven en mi cofre de cartón. Llego tarde para escribir una crítica que encienda su curiosidad sobre la película. De hecho, no quiero hacerlo. No hoy. Hoy quiero dar las gracias: Gracias, Joss Whedon.