Si gritas con fuerza tu deseo en el punto exacto en el que dos trenes se cruzan, sucede el milagro. Ha de ser tu deseo, no otro. Uno que merezca la pena, sincero, por el que llegarías a sus últimas consecuencias. Sueños de los de verdad, de los que marcan una vida: vocaciones escondidas en un grito que se alza sobre el estruendo de dos locomotoras chocando el peso de tantas gravedades invisibles, impulsando la voz del que reclama un compromiso inevitable con el destino.
‘Kiseki (Milagro)’ (2011), dirigida por el japonés Hirokazu Koreeda, es un pequeño y humilde regalo. Una cinta marcada por la trascendencia y la empatía que genera la infancia, la patria común, en un espectador interpelado por la inspiradora inocencia y colosal valentía de sus siete niños protagonistas. Siete aspirantes a la vida que corren durante dos horas -literalmente- en busca de un lugar tan imposible como real.
Los padres de Koichi y Ryuonuske se han divorciado. Koichi vive con su madre, en Kagoshima, y Ryu con su padre, en Fukuoka. Ambos hermanos se echan de menos y quieren intentar unir a sus familias. Tras escuchar que los deseos que se pronuncian en el punto en el que se cruzan dos trenes se cumplen, deciden organizar un viaje hasta una ciudad intermedia. Y lo harán en secreto, acompañados de sus amigos, cada cual portando sus propios deseos.
El milagro de ‘Kiseki’ es un viaje de iniciación, una aventura de Goonies orientales, una definición terrible y preciosa de la madurez, un canto a la inocencia y un mensaje directo -casi una súplica- a todo aquel que abandonó su lugar, no necesariamente físico, en el mundo. Y es, probablemente, una de las mejores películas con niños que he visto jamás. Todos son absolutamente entrañables, pero el sonriente carisma de Ryu en pantalla es emocionante. Imposible no reír con él.
Qué final tan precioso. Diez minutos flotando en la infinidad de detalles en los que se recrea Koreeda. Desde la intrigante respuesta de Koichi, “el mundo”, hasta el magnífico y lejano plano secuencia en el que los amigos regresan a casa, conscientes del milagro.