Las mejores peores

Los premios más divertidos del cine son, sin duda, los Razzies. Las estatuillas a las peores cintas del año nos permiten señalar con el dedo y reír con crueldad ante producciones que nos han robado el tiempo y el dinero. Aunque, para qué nos vamos a engañar, lo mejor es que, todos los que pusimos a caldo a ciertos títulos crepusculares, podremos decir frases tan placenteras como “os lo advertí”.

Las candidatas son las siguientes: ‘Ex-posados’, ‘Airbender. El Último Guerrero’, ‘Sexo en Nueva York 2’ y -mis favoritas- ‘Eclipse’ e ‘Híncame el Diente’, dos títulos que destacan por ser una parodia y una parodia de una parodia. Pensaba dedicarle a las pendencieras aventuras de los emo-vampiros un par de párrafos hirientes e insultantes. Pero, justo cuando empezaba a repartir verdades, he recordado un email que me mandaron después de publicar la rajada monumental de ‘Crepúsculo: Eclipe’.

Verán. La chica en cuestión me criticaba, con toda razón, que podía gustarme o no, pero que no tenía derecho a insultar a los que sí disfrutan viendo una historia tan aburrida e insulsa. Y, oigan, es verdad. Por ejemplo, yo me confieso amante de las películas (también conocidas como obras maestras del arte contemporáneo) de Jackie Chan. Una declaración que me ha valido las risas de los oyentes. Sin embargo, cuando algún descerebrado se atreve a decir que “las pelis del chino son una basura de patadas y puñetazos”, me doy el gusto de responder la bofetada con la sabiduría popular: “Qué atrevida es la ignorancia”.

Por eso, para todos aquellos que se sientan insultados e incomprendidos por su infinito amor hacia Crepúsculo -o cualquier otra chorrada con actores de moda-, no se enfaden por eso. Hay cosas más graves. Y gustos como colores. Así que defiendan lo que les dé la gana.

Eclipse

“Eclipse es la mejor película de la saga Crepúsculo”. Esta afirmación la han podido leer en la campaña de marketing de la película de marras. Es absolutamente correcta. Visualicen la explicación: una cerda de cien kilos se da un atracón de bellotas. Come tantas que, cuando se está tragando la última, siente la imperiosa necesidad de expulsarlas por el orificio de Voldemort. Primero echa un mojón considerable. Luego un mojón despreciable. Y, por último, un mojón que tiene forma de pirámide, perfecto. Sí, es el mejor mojón de todos, pero no deja de ser un mojón. Dicho lo cual, hablemos de la cosa esta:

‘Eclipse’ vuelve a contar la historia de la mayor hija de fruta –me he contenido- de todos los tiempos: Bella Swan (Kristen Stewart). Y digo vuelve porque el guión empieza y termina en el mismo puñetero sitio en el que lo hizo ‘Crepúsculo’ y ‘Luna Nueva’. No pasa nasti de plasti. La estupenda Bella tiene a dos maromos comiendo de su mano: Edward (por) Cullen (Robert Pattinson) y Jacob Black (Taylor Lautner). Estos dos se llevan muy mal. Pero mal, requete mal. A ver, para que se hagan una idea, es como si Bella fuera la Alhambra y los otros dos, un granaíno y un sevillano. ¿Captan?

He de admitir que el principio me emocionó. Fueron setenta segundos que me hicieron temblar ante la posibilidad de haberme errado y, efectivamente, estar viendo una película decente. Se ve que el director, David Slade (‘Hard Candy’, ’30 días de oscuridad’), rodó algunas escenas salpicadas que duran, en total, cosa de diez minutos. Oigan, estupendas: acción, suspense, terror clásico. En serio, me gustaron. El problema es que, cuando se cansaba, dejaba al becario dirigir el resto de la película: diálogos cursis, eternos, vomitivos y altamente indigestos: “Te quiero como la trucha al trucho”, “y yo a ti te adoro, como la lora al loro”. Etcétera.

Pero al final, admito, he sabido encontrar el mensaje profundo de la película: Niñas, no se retoza con niños hasta que cumpláis con el sacramento del matrimonio. De hecho, creo que Stephenie Meyer escribió el cuento para enseñar a sus hijas que, por mucho que un hombre lobo fortote te diga que está ‘imprimado’ (término que se inventa para no decir ‘cachondo’), quédate con el frío y triste ricachón mayor que respete tu virginidad.

Esto es ‘Eclipse’. Francamente, un mojón. Eso sí, la gente de la sala, al terminar, aplaudió. Creo que esa era una de las señales de Nostradamus… Señores, nos vamos a pique.

Eclipse: David Slade

Poderoso caballero es don dinero. Por todos es bien sabido que los directores de cine que buscan pasta para llevar a buen puerto ‘proyectos personales’ necesitan tragar antes con la diarrea que le suelten los productores. Volvemos al tema de las balanzas equilibradas y el karma. “Si quieres hacer algo memorable, primero haz algo que me haga rico”, sería la filosofía.

El bueno de David Slade no tiene la culpa de que el sistema sea así. El director de Crepúsculo: Eclipse, decidió entrar a trapo porque era la manera más rápida, estúpida, fácil y afectiva de conseguir dinero. Él, al igual que el resto de cineastas (Bill Condon, ‘Dreamgirls’, ‘Kinsey’, dirigirá la cuarta parte) han manchado el expediente por dos razones: la ya repetida cuestión monetaria y para dar a conocer su nombre entre un ejército de fieles fans que van a alabar su trabajo haga lo que haga.

Me resultan muy significativas las palabras de Slade a la prensa americana, un día después del estreno. El tipo de mirada obsesiva y mente brillante -es calvo- venía a decir que podría haber hecho una película mucho mejor, con una trama elaborada, con un reparto de protagonismo más equilibrado, con un ritmo más fulminante, con una acción desgarradora… “Pero pensé, qué más da, la gente quiere ver a los actores el mayor tiempo posible en pantalla, ¡qué demonios!” Chin, chin, la caja registradora se abre, coge el dinero y corre.

No obstante, quiero romper una lanza en favor de Slade. Sus otras dos películas me encantaron porque entraban en un campo en el que el director se mueve como pez en el agua. ‘Hard Candy’, con la adorable Ellen Page (Juno), retrataba la venganza de una adolescente que había sido acosada por un adulto en Internet. Brutal. La otra, ’30 días de Oscuridad’, también acata el término ‘brutal’ pero en su acepción más visual: sangre a cascoporrillo y casquería vampírica.

Si quieren ver las consecuencias de un amor imposible protagonizado por una adolescente, vean ‘Hard Candy’. Si quieren a vampiros de los de toda la vida y un protagonista (Josh Harnett) que se mancha las manos, vean ’30 días de Oscuridad’. En ambos casos, no vean ‘Crepúsculo’.

Eclipse, preludio

Ayer por la mañana me levanté de mala leche. Tenía varias razones: la fiesta de España se alargó debajo de mi balcón y los gritos y alabanzas a La Roja se alargaron más de lo previsto. Eso y los contenedores tirados al suelo, los golpes a las persianas de las tiendas, las llamadas al timbre y demás perlas extrafutbolísticas que merecerían una reflexión. En segundo lugar, están haciendo obra en el edificio de enfrente y, los obreros, en pleno derecho de su jornada continua, comenzaron a darle matraca al martillo hidráulico, al taladro y a la madre que los parió a las siete y media de la mañana. Acomplejando por completo al despertador del móvil, cuyo trabajo quedó silenciado y ninguneado. Más tarde descubrí que no quedaban cereales. Odio cuando no hay cereales. Me gusta desayunar cereales. Y, sin cereales, no desayuno. Lo que provocó que, a media mañana, tuviera más hambre que un diabético en una recepción de Isabel Preysler -por los Ferrero Rocher, ya saben-. Al mediodía, al sacar el sandwich de su envoltorio se me cayó al suelo, justo encima del rincón más sucio del planeta, lo que me dejó sin posibilidad de aplicar la regla de los cinco segundos (si no pasa ese tiempo, no ha podido estropearse). Aún así, no me enfadé tanto como cuando vi al autobús alejarse a paso de tortuga sin hacer caso de mis desquiciados alaridos de niña llorica. La espera de 40 minutos, al sol, con la que estaba cayendo, fue terriblemente sudorosa. Pero lo peor, lo peor de todo, todito, todo, fue cuando me topé con una de las cientos de marquesinas que ensalzan al señor Pattinson y recordé, al fin, que ayer me tocaba ir a ver Crepúsculo: Eclipse.

“Pero, señor Cabrero, ayer la noche le vi por la calle con una sonrisa de oreja a oreja… ¿le gustó la película?” No amigos. El karma, en su sabia disposición en la naturaleza humana, supo premiar mi santa paciencia con los gritos, las obras, los cereales, el hambre, el suelo, el autobús y el calor, con un premio que no esperaba:

-Lo siento, caballero. Está todo vendido. La sala está llena

-Se lo agradezco de corazón, buen señor.

-¿Disculpe?

-Que gracias.

Sonrisa crepuscular y a volver a empezar.

Eclipse, prólogo

Las modas son el ejército más poderoso de la era del marketing. Soldados armados con la fe ciega de que lo que está a punto de suceder va a ser, pase lo que pase, una maravilla. Los fieles, cegados por el brillo de un exquisito y maquiavélico lavado de cerebro, defenderán a capa y espada la calidad del producto. Ya puede aparecer un mojón con colmillos que, si se ha vendido bien, el éxito está asegurado.

Con esto no quiero decir que la masa sea ingenua, voluble y poco inteligente. O sí. Bueno, no sé. Lo que sí quiero decir es todo lo contrario: que los publicistas, productoras y distribuidoras son sagaces, implacables y muy inteligentes.

Nadie está protegido de sus malas artes. Quién más quién menos gastará sus euros en una entrada de cine impulsado por una poderosa campaña de publicidad –recuerden ‘Avatar’-.

Está claro que no existe nadie con la capacidad intelectual para decirle a nadie qué le puede gustar y qué no. Sería un contrasentido. Aunque, como en todas las reglas, existe una excepción. Y la ‘Saga Crepúsculo’ es mi excepción. No es buena, no es divertida, no es interesante, sus protagonistas no son guapos y su dirección no es alternativa. Es una porquería.

Hoy se estrena ‘Eclipse’, la tercera en discordia y, me juego el pescuezo, va a ser un taquillazo que ya lo quisiera Madoff. Sus protagonistas (Robert Pattinson y Kristen Stewart, cuya teatralizada, falsa y aprovechada relación amorosa es la causa del éxito de las películas) nos aseguran que esta vez sí que sí. Que hay acción, intriga y amor. Pero lo mismo dijeron de ‘Luna Nueva’ y mira. No dieron ni una.

¿La verdad? Que estoy deseando verla para poder desquiciarme a escribir barbaridades sin respeto. Ahí, en la yugular, hincando el colmillo.