El Hombre de Acero: el milagro

¿Y si un niño soñara con ser algo más? La pregunta, formulada casi como versículo bíblico, guía la poderosa visión de un Dios que se hizo hombre, que abandona los cielos para sacrificarse por nosotros y al que, llegado el momento, se deberá a un acto de fe para superar la traición de un Judas disfrazado de humanidad. ‘El hombre de acero’ es una constante referencia al cristianismo, al hijo inesperado que se cría entre hombres para obrar milagros en el anonimato, hasta que el resto estemos preparados para creer en ellos.

No se trata de una lectura disimulada, Zack Snyder subraya constantemente los paralelismos entre el portal de Belén y Kansas, entre la cruz y la posición en la que Superman (Henry Cavill) cae del espacio, entre la Virgen y San José, entre Martha (Diane Lane) y Jonathan Kent (Kevin Costner); entre el omnipresente -e inexplicable- Espíritu Santo y Jor-El (Russel Crowe).

‘El hombre de acero’ sorprende en su arranque y te obliga a decir “no es la película que esperaba”. Y eso es una buena noticia. El interesante trasfondo y la simbología bien interpretada consiguen una primera mitad sobresaliente. No solo es entretenida, tanto como la mejor película de acción, sino que goza de un montaje acertadísimo repleto de imágenes arrebatadoras con el que Snyder nos enamora al son de la maravillosa melodía de Hans Zimmer.

Con el ambiente idóneo, tras sesenta minutos embriagadores de heroísmo invisible y recuerdos infantes, el espectador compartirá el mismo éxtasis que lleva a Clark Kent a colgarse la capa roja. Y volará. Volaremos todos. Podemos volar sentados en la butaca. Podemos entender el milagro, la importancia de que haya niños capaces de soñar con ser algo más. Ese algo más que la periodista Lois Lane (Amy Adams) fotografía, en busca de esa verdad que nos hará libres…

Preciosa primera mitad de ‘El hombre de acero’. Luego, llega el resto: la kriptonita.

(continuará)

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