Gangster Squad

Gangster Squad. Bien. Dibujemos rápidamente una enorme línea en el suelo. A un lado están ustedes, nosotros, los espectadores. Al otro, la película. ¿Qué implica cruzar esa línea? Intentaré describirlo con certeza: el guion es malo. Malo como un político contando chistes o Enrique San Francisco interpretando a un héroe intergaláctico. Las intenciones son tan evidentes que rozan el insulto y los personajes son bazofia dibujada con Paint. El malo es muy malo y lo sabes porque dice cosas malas y pega a la gente; el bueno es bueno porque fue a la guerra y tiene el honor de un samurai; el guaperas es guay porque fuma y es elegante y parece salido de Mad Men; y la chica es atractiva y bondadosa pero tomó malas decisiones en el pasado y acabó en la cama del malo; y luego están los otros, los que tienen frases subrayadas con un rotulador fluorescente con un cartel pegado en la frente que dice: “sí, voy a morir para que me eches de menos y la vida te parezca un asco”. Las escenas de acción parecen parodias de sí mismas y los momentos heróicos, gags de José Mota. Da la sensación de que todo está rodado en el mismo lugar, pero cambiando las cosas de sitio, para que luzca distinto. Como si fuera una sitcom. Porque sí, da risa. Esa risa que entra cuando ves a adultos jugando a ser niños, a tus tíos bailando en una boda, y piensas que es patético, que no te lo crees, que todo es una broma pesada difícil de digerir.

No. No son ‘Los Intocables’ de Elliot Ness. Por favor, la duda ofende.

Ahora bien. Sucede un extraño e incomprensible efecto: a cada minuto que pasa le coges más cariño a los actores. Aceptes su penuria y, de repente, empiezan a parecer entrañables. Sí, son tus tíos bailando en una boda. Pero míralos, no tienen vergüenza, se lo están pasando como Los Chichos, pegando tiros y diciendo palabrotas. Están disfrutando jugando a ser policías y ponen caras raras y, si se fijan, parece que mirasen fuera de plano en busca de la mirada cómplice de sus madres: “¿verdad que lo hago bien, mami?”

Sí, es raro. Porque es mala. Mala con avaricia. Pero oye, que les pillé cariño a Josh Brolin, Sean Penn, Ryan Gosling, Emma Stone, Michael Peña, Anthony Mackie y Nick Nolte (menudo casting, ¿eh?). Y si ustedes consiguen tomarse ‘Gangster Squad’ así, como si fuera la función de fin de curso de sus niños, tal vez, y digo tal vez, consigan cruzar la línea.

The Amazing Spiderman

Estrenar una película de Spiderman es un gran poder comercial. Y eso, amigos, como bien saben, es una gran responsabilidad. Renovar una saga que aún sabe tan reciente es una barbaridad, sin importar el equipo técnico o artístico que la refrende. No era necesario contar otra vez el origen del hombre araña, por muy buenas intenciones que tuviera Marc Webb. Es como si algún mendrugo apostara por hacer el remake de ‘El Señor de los anillos’ (tiene los mismos años que el Spiderman de Sam Raimi).

Es cierto que Andrew Garfield es un dignísimo Peter Parker. De hecho, su compromiso con el personaje y su visible pasión por el cómic otorgan al personaje el carisma que Tobey Maguire no supo -ni pudo- aportar. El nuevo Spiderman tiene la chispa, los recursos, el ingenio y la presencia que requiere el héroe. Y, por supuesto, Emma Stone es una maravillosa Gwen Stacy, el primer amor de Parker -sí, antes que Mary Jane-, muy alejada de la sosa y empalagosa Kristen Dunst.

¿Es Marc Webb un mal director? En absoluto. Webb maneja la batuta con solvencia, moviendo la cámara con maestría y dibujando escenas poderosas, perdurables. Incluso Rhys Ifans, el Lagarto, es un malo aceptable.

El problema, como les decía, reside en el mal endémico del cine actual: «esto me suena de algo». Es imposible ver ‘The Amazing Spiderman’ sin entrar en comparaciones, sin lamentar que esta no haya sido la película original, la de hace diez años. Conocemos demasiado bien los detalles de la vida de Parker como para poder disfrutar la película sin retorcernos en la butaca.
Sin embargo, creo que la siguiente entrega –que la habrá y pronto– sí que tendrá algo nuevo, algo que realmente no espera el gran público, cumpliendo así la promoción que acompañaba a ‘The Amazing Spiderman’: «La historia que no nos contaron».

Criadas y señoras

‘Criadas y señoras’ es una película muy americana. Y es, posiblemente, la primera vez que no utilizo la palabra ‘americana’ como algo despectivo. Pese a su efectismo y manipulación emocional, la cinta de Tate Taylor es un bonito paseo por el convulso Mississippi de los años 60, época fotogénica por excelencia de la patria de las barras y estrellas y culmen de la lucha contra la intransigencia racista. El acierto, sin embargo, reside en que el protagonismo recae en la mujer. La mujer como eje, obviado tantas veces por la épica, del cambio. De la igualdad.

Skeeter (Emma Stone) es una joven que acaba de licenciarse en periodismo con un sueño por delante: contar historias. Al volver de la Universidad, sin embargo, se encuentra con que la sociedad le empuja a buscar marido, a aprender a cocinar, a quedarse preñada y a dejarse de pamplinas vocacionales. En su pueblo todas sus amigas tienen una criada negra en su casa, a las que maltratan y humillan por ser “inferiores y víricas”. Skeeter decide darles voz y, evitando las absurdas leyes racistas que impiden que negras y blancas compartan el mismo espacio, se reúne con ellas para escribir su primera gran historia.

Como les digo, ellas son ‘Criadas y Señoras’: Viola Davis, Bryce Dallas Howard, Octavia Spencer, Jessica Chastain y Emma Stone. Ellas son las responsables de que la película tenga tantos colores, matices e ingenio. Taylor acierta en su conversión de la novela original y se aleja de ser, perdonen el tópico, “la típica película para ellas” y ofrece un producto agradable, consistente y funcional.

En EEUU ha sido un éxito descomunal en taquilla. Un fenómeno que aquí, como era de esperar, no ha sucedido. Y no lo ha hecho por eso, porque es muy americana. Porque tiene unas connotaciones que a nosotros se nos escapan, que no nos llegan a transmitir esa empatía necesaria para salir de la sala y recomendarla a nuestros amigos como imperdible.

El fondo de ‘Criadas y Señoras’, sin embargo, sigue siendo precioso: la ficción altera la realidad.