Ted

¿Un oso de peluche que parece salido de un anuncio de suavizante que dice palabrotas y comparte piso con Mark Whalberg, un friki treintañero amante de la cultura de los 80? Sí, eso es ‘Ted’. ¿Y esa previsible chorrada le puede gustar a alguien? Sí, a mí. No tendría ningún argumento empírico, técnico ni cinematográfico para discutir la calidad de la película de Seth Macfarlane (‘Padre de Familia’). Agacharía las orejas y aceptaría los palos. Esto es como ver una de Jackie Chan: o te encanta o te parece ridículo, sin medias tintas.

La película es una especie de dimensión alternativa en el que Peter Griffin y Bryan, protagonistas de ‘Padre de Familia’, se transforman en Whalberg y Ted. Un peculiar ‘What if’ que estira los clásicos -y bárbaros, cínicos, agresivos y paranoicos- chistes de la serie de televisión durante casi dos horas. La batuta de Macfarlane es evidente en cada instante de la cinta. Más allá de que él sea la voz original de Ted (en España lo hace Santi Millán), hay constantes referencias a su particular universo de fan absoluto: Star Wars, Aterriza como puedas, videojuegos, el coche fantástico… y un sinfín de referencias ochenteras que alcanzan su cumbre con un espectacular cameo que no destriparé por respeto a los pocos que se atrevan a verla y sepan admirar la grandeza del actor. Y del personaje.

Curiosamente, la sala en la que vi Ted estaba repleta de adolescentes. Y tengo la terrible sensación de que no pillaron la mitad de los chistes, ya que todos hacen referencia a series, películas y cultura de los 80. De hecho, Macfarlane aprovecha lo ‘peor’ de ésa década para meterse con lo peor de la actual: Justin Bieber, Taylor Lautner, Hilary Duff… (estos chistes sí los pillaron).

Ted es una película gamberra. De esas en las que sus protagonistas terminan pasados de vueltas en una fiesta repleta de alcohol, drogas y mujeres pechugonas. Ya saben. Pero, al mismo tiempo, tiene un punto melancólico y un humor tan ‘Padre de Familia’ que, si les entretiene, no deberían dejarla pasar.

The Lovely Bones

Dudo que exista un libro, película o canción capaz de servir como terapia ante la muerte de un hijo. Soy incapaz de imaginar lo que se debe sentir al mirar a tu alrededor y ver el alma de una persona vagabundeando por los objetos, las costumbres y el rastro que dejaron en la habitación de al lado. ‘The lovely bones’ es un drama que explora ese lugar onírico, entre el cielo y la tierra, en el que las almas esperan su redención.

Peter Jackson parece que toma la inspiración de aquel diálogo de ‘El señor de los anillos: Las dos Torres’, cuando Theoden dice, entre lágrimas y sollozos: “Ningún padre debería asistir al funeral de su hijo”. Susie Salmon (Saoirse Ronan) es una adolescente de 14 años que, nada más empezar la película, nos avisa de su asesinato inminente. Los 40 primeros minutos de ‘The Lovely Bones’, magistrales, describen cómo muere la niña, culminando con una escena absolutamente brillante protagonizada por ella y el asesino (Stanley Tucci).

Lejos de abusar de la técnica y el croma, Jackson dibuja con mimo un rincón celestial para Susie Salmon. Una sala de cine desde la que la pequeña podrá ver la película de su vida y seguir los pasos de sus seres queridos. Su padre (Mark Wahlberg), tomará las riendas de la investigación para encontrar al asesino de su hija.

La tensión del primer tercio de la película se desinfla en el nudo, cambiando el terror psicológico y el drama humano por una sensación de que Jackson pierde un poco el norte de su historia. Rachel Weisz, que interpreta a una madre desconsolada, queda al margen de las dos horas de metraje. Susan Sarandon, la abuela, pone el toque de un humor con un papel por el que no será recordada.

‘The Lovely Bones’ es el duelo. El proceso de aceptación y superación personal ante la única tragedia humana que no es combatible. Una búsqueda de la justicia divina como liberación de la venganza. Es, sin duda, una película terrorífica.