Nieve en primavera

Nieva en primavera, llueve en verano y el sol aprieta en invierno. Puede que otoño, época de medias tintas, sea la única que cumpla con su labor. El tiempo se ha convertido en un recurso cinematográfico fantástico para describir el estado de los protagonistas de nuestra historia. La antítesis de los copos blancos tras los días de playa, el tazón hirviendo en mayo y el indeciso armario que no sabe si quitar o poner perchas. Cada vez somos más otoño.

Ayer escuché a dos niños en la calle, mientras llovía a cántaros, parados bajo el amparo de un balcón. Cómo llueve, decían. ¡Y la semana pasada estábamos en manga corta!, gritaban alterados. Los tres -yo también- sonreíamos con una conversación, la del tiempo y la meteorología, que suele estar reservada para los momentos incómodos del ascensor. Ahora, en los tiempos que corren -en todos los sentidos-, las charlas mediocres para tiempos mediocres son también las principales.

Los chavales no tardaron en hacer la comparación: “el invierno se acerca”, pronunció uno con voz grave, imitando la brusquedad de un norteño. Sí, Tyrion, responde el otro, el invierno se acerca. ¿Tyrion?, se pregunta el primero. ¡Yo soy Jon Nieve! Ambos ríen nerviosos, hasta que el otro, empapado, sentencia severo: “anda, corre, que ni tú ni yo seremos nunca los protagonistas de la serie”.

Sus pies chapoteaban calle abajo mientras la lluvia apretaba sus dentelladas. Por alguna extraña razón el diálogo de los niños me pareció gravísimo. Si ellos no se ven como héroes, ¿quién lo hará? ¿Tan asimilado tenemos el fracaso? ¿Nos hemos acostumbrado a que otros, tan improbables como la meteorología, determinen nuestro estado de ánimo, nuestras ambiciones, nuestro futuro? El cielo no engaña: nieva en primavera. Sí, cada vez somos más otoño.

Los caminantes blancos

He aquí la promesa que ante ustedes, queridos lectores de este salto de eje nuestro, hago desde lo más profundo de mi coxis: no volveré a reírme de los héroes de acción que corren a pierna suelta por las montañas nevadas del mundo. La madre que parió a la nieve. Qué torpe se vuelve uno. Claro, sales de casa en plan periodista heroico con ganas de hacer la foto del día y entrar en la redacción con carnaza fresca, y te encuentras con que andar es el primer y gran escollo del madrugón. ¡Zasca!, al suelo. Y así, tres zascas seguidos, en pleno coxis, en la rabadilla, donde el calambrazo llega hasta la coronilla.

Los referentes están muy manidos, pero ayer fue fácil salir a la calle y encontrar al tipo de turno que mira al horizonte y, con voz sostenida, declama: «El invierno se acerca». Aunque, en mi caso, el paralelismo fue con los Caminantes Blancos de ‘Juego de Tronos’ más que con la nevada. Más cercano, incluso, con ‘The Walking Dead’, si me apuran.

Pese a la extrañeza de la situación, fue una escena genial. Verán: bajaba por el centro de Granada, sobre las nueve de la mañana, con toda la ciudad cubierta por un enorme manto de nieve. Como les decía, era muy fácil resbalar y caer al suelo, así que, cansado de los golpetazos, opté por continuar por mitad de la carretera (estamos en la calle Recogidas, para los que conozcan la ciudad). Tras dar dos pasos, descubro en el horizonte la silueta de cuatro hombres que caminan lentos, torpes y renqueantes. Como zombies. La fotografía parecía sacada de una película de George A. Romero: una calle abandonada, el viento silbando y las huellas de unos pies arrastrando el último suspiro…

En serio, fue una escena impactante. Al menos, en mi cabeza. Además, como iba con prisa, intentaba correr, pero no podía. Me imaginé como el torpe secundario que termina devorado por un ejército de comevísceras, sorprendido por una infinidad de zombies que surgen de las calles aledañas de manera inesperada. Pero, como en las películas, mi compañero Diego apareció en el último momento, en su coche, cuando la esperanza estaba perdida.
Al final llegamos vivos -con la rabadilla un poco afectada- a la redacción. Y esa es mi historia de la nieve en Granada.